La parábola del buen Samaritano.
(LC.10, 30-35), se contó en respuesta a la pregunta, ¿Quién es mi prójimo? Un doctor de la ley se la hizo, pero no fue una pregunta nueva: Los rabinos de muchas generaciones habían escrito sus opiniones acerca de ese versículo en Levítico 19,18, el que mandaba al pueblo de Dios: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo” .Era un mandamiento duro, mayormente si tocaba que el prójimo fuera gentil. Los judíos no querían que se les obligase a amar a los gentiles; especialmente no querían sentirse obligados a amar a los Samaritanos, pues “Los judíos no se tratan con los Samaritanos” (JN.4,9 ). El sentimiento entre estos dos pueblos era áspero en extremo. Pues bien, ya hacia mucho tiempo que los rabinos judíos habían encontrado una manera cómoda de guardar este mandamiento, y a la vez mantener firmes sus caros perjuicios. Con mucha complacencia interpretaban el vocablo “prójimo “, para referirse exclusivamente a los israelitas, a pesar de que levítico 19,34 se refiere claramente a la gente extranjera. Mediante su definición quitaron el contenido evidente del pasaje bíblico y así sirvió al orgullo y exclusivismo judío. El doctor de la ley queriéndose justificar a sí mismo y a sus prejuicios, deseaba que el gran maestro dejara un lugarcito en la interpretación, que diera lugar a la estrechez judía. Si este factor no se nota, se pierde del todo la fuerza de la parábola que enseguida pronunció Jesús.
La respuesta de Jesús es una obra magistral.El hombre en mención era un judío cuyos paisanos le pasaron por alto en la hora de su gran necesidad. Se quedo sin socorro hasta que por casualidad paso un Samaritano, y se comprobó ser un “ángel de misericordia “. La palabra “samaritanos” nos produce un sentimiento agradable. Pero en los tiempos de Jesús. Entonces el vocablo “samaritano “ se pronunciaba con un tono de menosprecio. Para que Jesús pusiese a un samaritano como un héroe de su historia, necesita de un atrevimiento mayor que el de un orador ante un auditorio desfavorable. La parábola debió haber horrorizado a sus oyentes, si bien no había manera de negar su verdad, ni de escaparse de su inferencia lógica. Implacablemente Jesús siguió y exigió que el doctor de la ley contestara su misma pregunta, y por ende condenar su propio prejuicio.
Tratando el prejuicio de raza.
Los extraños llegaron a ser el pueblo de Dios. Estrechamente relacionado al repudio de Jesús por el racismo, estaba la clara enseñanza de Jesús que el reino de los cielos esta abierto a los hombres de todas las razas y condiciones, y que no era patrimonio exclusivo de los judíos. En un caso estaba tratando del prejuicio de raza, en otro, de la estrechez religiosa. Las dos cosas eran casi sinónimas en Israel.
La parábola del hijo pródigo trata de ambas faltas, pero se preocupa mayormente por el aislamiento religioso. Esta parábola es una de las tres que están relacionadas, cada una ilustrando la reacción de gozo que se produce cuando se halla algo que ha estado perdido (Lucas 15:1-32). Con justicia se han llamado las parábolas de la oveja perdida, de la moneda perdida, y del hijo perdido.
Fueron pronunciadas en respuesta a las críticas de los fariseos y los escribas. “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. El vocablo “pecadores” tenia el significado técnico, es decir, aquellos que no obedecían los requisitos legales y ceremoniales del judaísmo y que, por consiguiente, eran considerados como excluidos del circulo del pueblo de Dios. Quizás tenían sangre de judío pero se suponía que ya habían perdido sus derechos, por no ajustarse a las normas establecidas, Jesús daba poca importancia al formalismo; mas bien ponía el énfasis en las actitudes de las personas y en las relaciones espirituales. Estaba de acuerdo que estas personas eran pecadoras, pero insistía que al hacer evidencia de un arrepentimiento genuino, ellos serian recibidos con regocijo en la compañía religiosa, tal como se expresa; “Hay gozo delante de los Ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”.
La parábola del hermano mayor
La tercera parábola de la serie continua la enseñanza de las primeras dos, acerca del deber de tener gozo frente al arrepentimiento de los perdidos. No obstante, va mas allá que las primeras, en una condenación especial contra el exclusivismo religioso. En verdad eso es lo principal de la parábola, por usía razón se ha sugerido justamente que debía llamarse “la parábola del hermano mayor”. A menudo los lectores se detienen en el Versículo 24, y así pierden del todo esta parte de la parábola. Pero realmente es en los versículos 25-32 cuando la historia llega a su total desarrollo y presenta su verdad central.
Sígnificado del hermano mayor
No hay duda en cuanto a quien simboliza Jesús en la persona del hermano mayor. Este con su actitud egoísta de “todo para mí”, era retrato perfecto de los dirigentes oficiales y religiosos de Israel. Al igual que el hermano mayor, estos dirigentes tenían celos de las bendiciones del Padre, y se enojaban ante alguna evidencia de que su amor se extendía a otros en la familia de las naciones. Tal como él, ellos habían servido a Dios (como lo suponían) tantos años ya, y jamás habían traspasado su mandamiento. Sin embargo Dios no les había dado gozo, como el que ahora veían reflejado en los rostros de esos desechados, quienes se habían arrepentido ante la predicación de Jesús.
Reprendía por su estrechez religiosa
Aunque debían haber sabido que Dios tenía amor y gracia suficiente para compartirlos con todos los pueblos pecaminosos de la tierra, sin quitar nada de la participación de Israel, no obstante, los dirigentes religiosos de la nación parecían preferir que los favores divinos continuasen como la posesión exclusiva de Israel. Por lo tanto se ofendían por la Insinuación de que la gente de afuera del cerco, que ellos habían tenido con tanto cuidado pudiese llegar a gozar de las bendiciones de Dios. Debieron haber oído la voz del padre de la parábola era la voz del Dios de toda la humanidad, quien reprendía a Israel por su estrechez y egoísmo, y lo invitaba a regocijarse cuando otras naciones y razas llegaban, mediante el arrepentimiento y la fe, a la casa del Padre. Jesús se daba cuenta cabal de la amplitud de la gracia divina y no tenia paciencia con el egoísmo presumido de la oficialidad judía.
La parábola de la gran cena.
(Lucas 14:16-24), evidentemente se uso para enseñar que aquellos que antes no habían recibido el favor divino, entrarían a tomar el lugar de los favorecidos, quienes habían quedado inhabilitados para recibir las bendiciones que Dios les había ofrecido. No se pudo evitar el simbolismo. A los judíos les fue dada primeramente la oportunidad para entrar al reino. Pero rechazaron la invitación. Sin embargo, el propósito de Dios no iba a subir menoscabo. Su siervo (¿el Mesías?) Recibió la orden de partir de inmediato para traer a la cena a aquellos que antes se habían considerado como ineptos para tal honor. Y la cena que antes iba a ser solo un asunto formal, con la llegada únicamente de los invitados, paso a ser una gran comida democrática, abierta para los más humildes y pobres. Esta tendría que incluir no solo a los publícanos y pecadores de adentro de la nación judía, sino también a aquellos de mas allá de los limites de Israel. Tanto en raza como en religión. Las palabras mas duras de todas, son las frases finales de la parábola: “Por que os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados gustara mi cena”. Los escribas y fariseos, los sacerdotes y levitas, quienes por los puestos que ocupaban deberían haber sido los primeros en entrar al reino no entrarían de ningún modo. Aquellos desechados religiosos a quienes ellos miraban en menos, vendrían a tomar su lugar.
En otra ocasión, posiblemente en una fecha anterior a lo antes mencionado Jesús había expresado esta misma verdad en palabras aun más fuertes: “Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando viereis a Abraham, y a Isaac, y a Jacob, y a todos los profetas en el reino de Dios y vosotros excluidos. Y vendrán del Oriente y del Occidente, del Norte y del Mediodía, y se sentaran a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí, son postreros los que eran los primeros; y son primeros los que eran los postreros” (Lucas 13:28-30). Esta fue una advertencia a los judíos de que su posición como primeros en el favor de Dios ya la iban a perder.- habían fracasado en su comprensión de su llamamiento nacional. Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas lo habían comprendido y estarían en el reino. Pero el pueblo ahí presente había rechazado el mensaje de los profetas, y ahora ellos mismos iban a ser rechazados. Sin embargo, hombres de otras naciones, de todos los rincones del mundo, ahora vendrían a tomar los asientos apetecidos dentro del reino.
La respuesta de Jesús es una obra magistral.El hombre en mención era un judío cuyos paisanos le pasaron por alto en la hora de su gran necesidad. Se quedo sin socorro hasta que por casualidad paso un Samaritano, y se comprobó ser un “ángel de misericordia “. La palabra “samaritanos” nos produce un sentimiento agradable. Pero en los tiempos de Jesús. Entonces el vocablo “samaritano “ se pronunciaba con un tono de menosprecio. Para que Jesús pusiese a un samaritano como un héroe de su historia, necesita de un atrevimiento mayor que el de un orador ante un auditorio desfavorable. La parábola debió haber horrorizado a sus oyentes, si bien no había manera de negar su verdad, ni de escaparse de su inferencia lógica. Implacablemente Jesús siguió y exigió que el doctor de la ley contestara su misma pregunta, y por ende condenar su propio prejuicio.
Tratando el prejuicio de raza.
Los extraños llegaron a ser el pueblo de Dios. Estrechamente relacionado al repudio de Jesús por el racismo, estaba la clara enseñanza de Jesús que el reino de los cielos esta abierto a los hombres de todas las razas y condiciones, y que no era patrimonio exclusivo de los judíos. En un caso estaba tratando del prejuicio de raza, en otro, de la estrechez religiosa. Las dos cosas eran casi sinónimas en Israel.
La parábola del hijo pródigo trata de ambas faltas, pero se preocupa mayormente por el aislamiento religioso. Esta parábola es una de las tres que están relacionadas, cada una ilustrando la reacción de gozo que se produce cuando se halla algo que ha estado perdido (Lucas 15:1-32). Con justicia se han llamado las parábolas de la oveja perdida, de la moneda perdida, y del hijo perdido.
Fueron pronunciadas en respuesta a las críticas de los fariseos y los escribas. “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. El vocablo “pecadores” tenia el significado técnico, es decir, aquellos que no obedecían los requisitos legales y ceremoniales del judaísmo y que, por consiguiente, eran considerados como excluidos del circulo del pueblo de Dios. Quizás tenían sangre de judío pero se suponía que ya habían perdido sus derechos, por no ajustarse a las normas establecidas, Jesús daba poca importancia al formalismo; mas bien ponía el énfasis en las actitudes de las personas y en las relaciones espirituales. Estaba de acuerdo que estas personas eran pecadoras, pero insistía que al hacer evidencia de un arrepentimiento genuino, ellos serian recibidos con regocijo en la compañía religiosa, tal como se expresa; “Hay gozo delante de los Ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”.
La parábola del hermano mayor
La tercera parábola de la serie continua la enseñanza de las primeras dos, acerca del deber de tener gozo frente al arrepentimiento de los perdidos. No obstante, va mas allá que las primeras, en una condenación especial contra el exclusivismo religioso. En verdad eso es lo principal de la parábola, por usía razón se ha sugerido justamente que debía llamarse “la parábola del hermano mayor”. A menudo los lectores se detienen en el Versículo 24, y así pierden del todo esta parte de la parábola. Pero realmente es en los versículos 25-32 cuando la historia llega a su total desarrollo y presenta su verdad central.
Sígnificado del hermano mayor
No hay duda en cuanto a quien simboliza Jesús en la persona del hermano mayor. Este con su actitud egoísta de “todo para mí”, era retrato perfecto de los dirigentes oficiales y religiosos de Israel. Al igual que el hermano mayor, estos dirigentes tenían celos de las bendiciones del Padre, y se enojaban ante alguna evidencia de que su amor se extendía a otros en la familia de las naciones. Tal como él, ellos habían servido a Dios (como lo suponían) tantos años ya, y jamás habían traspasado su mandamiento. Sin embargo Dios no les había dado gozo, como el que ahora veían reflejado en los rostros de esos desechados, quienes se habían arrepentido ante la predicación de Jesús.
Reprendía por su estrechez religiosa
Aunque debían haber sabido que Dios tenía amor y gracia suficiente para compartirlos con todos los pueblos pecaminosos de la tierra, sin quitar nada de la participación de Israel, no obstante, los dirigentes religiosos de la nación parecían preferir que los favores divinos continuasen como la posesión exclusiva de Israel. Por lo tanto se ofendían por la Insinuación de que la gente de afuera del cerco, que ellos habían tenido con tanto cuidado pudiese llegar a gozar de las bendiciones de Dios. Debieron haber oído la voz del padre de la parábola era la voz del Dios de toda la humanidad, quien reprendía a Israel por su estrechez y egoísmo, y lo invitaba a regocijarse cuando otras naciones y razas llegaban, mediante el arrepentimiento y la fe, a la casa del Padre. Jesús se daba cuenta cabal de la amplitud de la gracia divina y no tenia paciencia con el egoísmo presumido de la oficialidad judía.
La parábola de la gran cena.
(Lucas 14:16-24), evidentemente se uso para enseñar que aquellos que antes no habían recibido el favor divino, entrarían a tomar el lugar de los favorecidos, quienes habían quedado inhabilitados para recibir las bendiciones que Dios les había ofrecido. No se pudo evitar el simbolismo. A los judíos les fue dada primeramente la oportunidad para entrar al reino. Pero rechazaron la invitación. Sin embargo, el propósito de Dios no iba a subir menoscabo. Su siervo (¿el Mesías?) Recibió la orden de partir de inmediato para traer a la cena a aquellos que antes se habían considerado como ineptos para tal honor. Y la cena que antes iba a ser solo un asunto formal, con la llegada únicamente de los invitados, paso a ser una gran comida democrática, abierta para los más humildes y pobres. Esta tendría que incluir no solo a los publícanos y pecadores de adentro de la nación judía, sino también a aquellos de mas allá de los limites de Israel. Tanto en raza como en religión. Las palabras mas duras de todas, son las frases finales de la parábola: “Por que os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados gustara mi cena”. Los escribas y fariseos, los sacerdotes y levitas, quienes por los puestos que ocupaban deberían haber sido los primeros en entrar al reino no entrarían de ningún modo. Aquellos desechados religiosos a quienes ellos miraban en menos, vendrían a tomar su lugar.
En otra ocasión, posiblemente en una fecha anterior a lo antes mencionado Jesús había expresado esta misma verdad en palabras aun más fuertes: “Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando viereis a Abraham, y a Isaac, y a Jacob, y a todos los profetas en el reino de Dios y vosotros excluidos. Y vendrán del Oriente y del Occidente, del Norte y del Mediodía, y se sentaran a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí, son postreros los que eran los primeros; y son primeros los que eran los postreros” (Lucas 13:28-30). Esta fue una advertencia a los judíos de que su posición como primeros en el favor de Dios ya la iban a perder.- habían fracasado en su comprensión de su llamamiento nacional. Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas lo habían comprendido y estarían en el reino. Pero el pueblo ahí presente había rechazado el mensaje de los profetas, y ahora ellos mismos iban a ser rechazados. Sin embargo, hombres de otras naciones, de todos los rincones del mundo, ahora vendrían a tomar los asientos apetecidos dentro del reino.
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