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Hay una estrecha relación entre quienes se proclaman «campo de la paz» en Israel y sus homólogos de la izquierda europea. El libro de Yitzhak Laor Le nouveau philosémitisme européen et le camp de la paix israélien* (El nuevo filosemitismo europeo y el campo de la paz israelí), dilucida sin piedad esta relación, especialmente marcada en el ámbito literario. Analiza cómo se acogen en Europa las obras de Amos Oz, A.B. Yehoshua o David Grossman, explora la forma en que estos autores están entre nosotros travestidos de hombres de paz y las razones del entusiasmo de la crítica. Demuestra que los intelectuales israelíes –la mayoría askenazíes, laicos y laboristas- son percibidos por sus iguales europeos como que forman parte «de nosotros», a condición de que permanezcan allí, en Oriente. Y que, paralelamente, dichos intelectuales israelíes tienen como preocupación principal la de pertenecer -o aparentar que pertenecen- por todos los medios a la intelectualidad europea. Y de hecho, lo que tienen todos en común es miedo y odio a Oriente. Publicamos aquí algunos extractos de la introducción de esta obra.
A pesar de sus recriminaciones sobre la hostilidad de los medios de comunicación, Israel goza de buena consideración en Europa. Los israelíes no sólo están muy presentes en el imaginario occidental, sino que además los occidentales adquirieron la costumbre de considerarnos como una parte de ellos mismos, al menos mientras estemos aquí, en Oriente Próximo, una especie de última versión de los pieds-noirs (ciudadanos franceses de origen europeo o judío que residían en Argelia y se vieron obligados a salir del país tras la independencia en 1962, N. de T.).
Esta identificación con «nosotros» funciona todavía mejor con la cultura del holocausto, ya que ofrece al nuevo europeo, en el contexto del «final de la Historia», una versión mejorada de su propia identidad ante el pasado colonial y el presente postcolonial. Inquieto frente a la masa de inmigrantes musulmanes legales e ilegales, este europeo adoptó al nuevo judío como un «otro» seguro, moderno, amigo del progreso, sin barba ni turbante, con una mujer que no lleva vestimentas tradicionales ni esconde sus cabellos. Afortunadamente, estos nuevos judíos no tienen nada en común con sus abuelos.
En resumen, este «otro» agradable es bastante similar al europeo, siempre hostil a los que no se le asemejan, no se atavían como él o no se ciñen a sus valores. Es lo que explicaré con un análisis político de la cultura del holocausto en Europa (capítulo I), seguido de un estudio de los métodos de Israel para ganar los corazones y los espíritus de la opinión pública europea gracias a una particular utilización de viejas formas de pensar colonialistas (capítulo II).
Israel es como esas periferias de Europa que, según la ideología nacional, confieren a sus súbditos el papel de «último puesto avanzado» contra «la barbarie no europea». En el imaginario europeo, el criterio que permite definir a los miembros de la comunidad occidental está basado, desde siempre, en el muro de separación que delimita la cristiandad occidental blanca.
Actualmente el caso más conocido (y el menos imaginario, por otra parte) es la oposición a la entrada de Turquía en la Unión Europea. Incluso los argumentos de los «liberales» para aceptar a Turquía se basan en esta demarcación: «Hay que fomentar el Islam moderado», «allí, el hiyab está prohibido por la ley», etc. En esta geografía imaginaria, ¿dónde se sitúa Israel?, ¿dónde se ubican los judíos después del exterminio de los judíos de Europa? (Antes, como todo el mundo sabe, los judíos no formaban parte de Occidente, nunca fueron aceptados por Occidente a pesar de la moderna nostalgia por los judíos muertos). Israel aparte de Occidente: es una posición eminentemente política.
Pero existe la ilusión de trazar una línea donde termina Israel y comienza el mundo árabe. (Trataré de este fantasma en el capítulo IV a propósito de A.B. Yehoshua y su deseo de borrar su «vergüenza sefardí») En Israel, el 60% de los judíos no son askenazíes (judíos de origen europeo, occidental). ¿Hay que deducir que la mayoría de los judíos en Israel no son occidentales, que la frontera imaginaria debe trazarse entre los askenazíes y los judíos orientales? Sería un error, ya que entonces se trataría de un asunto de raza, lugar de nacimiento, dialecto, gastronomía o tradiciones religiosas (1) según una manera de pensar racial e incluso racista.
Lo que pienso es que la línea entre Occidente y lo que no es Occidente, entre el oeste y el este, no está entre los judíos y los palestinos ni entre los judíos askenazíes y los orientales, sino que atraviesa de una manera muy particular el pueblo judío -pueblo o nación-. Otros de nosotros, pueblos o grupos religiosos, incluso los procedentes de Europa occidental, nunca hemos formado parte del Occidente (cristiano), ni siquiera después de la nacionalización que experimentó el pueblo judío. Esa nacionalización no nos convirtió en occidentales (2).
Para hacer un análisis de la ambigüedad de los judíos sería necesario que historiadores y filósofos se dedicaran a describir detalladamente la historia de la vida de los judíos durante los últimos doscientos años, desde la independencia, ya que incluso los criterios utilizados por la Ilustración occidental para hacer la distinción entre laicos y religiosos, principio básico de las sociedades modernas, son criterios extraños a la historia de los judíos y no son aplicables. Sin hablar de las leyes sobre el matrimonio decretadas por el Estado, leyes antidemocráticas que nos imponen a todos (las principales víctimas son las mujeres) haciendo caer cínicamente la responsabilidad sobre los partidos religiosos, mientras que lo único que hacen es servir a los intereses racistas del Estado para evitar los «matrimonios mixtos» entre judíos y no judíos (es decir, árabes) (3).
Otro ejemplo evidente son las leyes tradicionales relativas a la comida: en Israel un 60% de los judíos cumple las normas del Cashrut no sólo absteniéndose de comer cerdo, sino también respetando todas las demás prohibiciones. Lo hacen por elección y no por algún tipo de coacción religiosa. Otro ejemplo elocuente es que el 99,9% de la gente hace circuncidar a sus hijos, y lo hace como prescribe la ley judía, ocho días después del nacimiento.
A pesar de todo muchos de entre nosotros se consideran «laicos», lo que no tiene razón de ser si se confía en los criterios europeos de la distinción entre laicos y religiosos. Incluso la separación que parece evidente y que los judíos aceptaron como forma de vida sometiéndose al imperativo europeo (cristiano) de ser «un judío en casa y un ser humano fuera (4)», no corresponde a la diversidad de las historias vividas por los judíos. Todos los intentos de agrupar el conjunto de estas experiencias en el marco de la historia de Occidente se saldaron con fracasos.
* Le nouveau philosémitisme européen et le camp de la paix israélien, Yitzhar Laor, traducido del hebreo por Catherine Neuve-Eglise y del inglés por Eric Hazan, ed. La Fabrique, París 2007.
(1) Los ritos populares y la veneración de los «santos rabinos» de los judíos marroquíes están mucho más próximos a las tradiciones musulmanas del Magreb que a las de los judíos askenazíes.
(2) Las histéricas denuncias judías de los «medios de comunicación antiisraelíes» y «del nuevo antisemitismo» reflejan, probablemente, el sentimiento de inseguridad de los que siempre se sienten relegados. Pero esa no es la cuestión.
(3) Los ciudadanos israelíes sólo pueden casarse en el marco de las instituciones religiosas. El matrimonio civil no existe en Israel.
(4) Famoso lema de los Ilustrados judíos que ratifica la equivalencia entre «ser un ser humano» y «tener la apariencia y el comportamiento de un cristiano».
Texto original en inglés: http://lmsi.net/spip.php?article692
Yitzhak Laor (1948) es poeta, novelista y periodista. Enseña en la academia de cine y es colaborador del periódico Haaretz. En 1980 destacó por sus poemas penetrantes y agresivos en los que condenaba la guerra de Líbano. La censura israelí impidió la representación de su drama Ephraim Returns to the Arms (Efraín vuelve a las armas) en 1985 «porque era denigrante para el régimen militar en Judea y Samaria». En 1990 saltó de nuevo a la actualidad cuando el Primer Ministro de la época, Isaac Shamir, se negó a firmar el Premio Primer Ministro de Poesía que le fue otorgado. A pesar de todo recibió el Premio Bernstein de Poesía por su colección A Night in a Foreign Hotel, 1992 (Una noche en un hotel extranjero) y el Premio Literario de Israel por su novela Food Fit for a King, 1994 ( Comida adecuada para un Rey).
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la
Hay una estrecha relación entre quienes se proclaman «campo de la paz» en Israel y sus homólogos de la izquierda europea. El libro de Yitzhak Laor Le nouveau philosémitisme européen et le camp de la paix israélien* (El nuevo filosemitismo europeo y el campo de la paz israelí), dilucida sin piedad esta relación, especialmente marcada en el ámbito literario. Analiza cómo se acogen en Europa las obras de Amos Oz, A.B. Yehoshua o David Grossman, explora la forma en que estos autores están entre nosotros travestidos de hombres de paz y las razones del entusiasmo de la crítica. Demuestra que los intelectuales israelíes –la mayoría askenazíes, laicos y laboristas- son percibidos por sus iguales europeos como que forman parte «de nosotros», a condición de que permanezcan allí, en Oriente. Y que, paralelamente, dichos intelectuales israelíes tienen como preocupación principal la de pertenecer -o aparentar que pertenecen- por todos los medios a la intelectualidad europea. Y de hecho, lo que tienen todos en común es miedo y odio a Oriente. Publicamos aquí algunos extractos de la introducción de esta obra.
A pesar de sus recriminaciones sobre la hostilidad de los medios de comunicación, Israel goza de buena consideración en Europa. Los israelíes no sólo están muy presentes en el imaginario occidental, sino que además los occidentales adquirieron la costumbre de considerarnos como una parte de ellos mismos, al menos mientras estemos aquí, en Oriente Próximo, una especie de última versión de los pieds-noirs (ciudadanos franceses de origen europeo o judío que residían en Argelia y se vieron obligados a salir del país tras la independencia en 1962, N. de T.).
Esta identificación con «nosotros» funciona todavía mejor con la cultura del holocausto, ya que ofrece al nuevo europeo, en el contexto del «final de la Historia», una versión mejorada de su propia identidad ante el pasado colonial y el presente postcolonial. Inquieto frente a la masa de inmigrantes musulmanes legales e ilegales, este europeo adoptó al nuevo judío como un «otro» seguro, moderno, amigo del progreso, sin barba ni turbante, con una mujer que no lleva vestimentas tradicionales ni esconde sus cabellos. Afortunadamente, estos nuevos judíos no tienen nada en común con sus abuelos.
En resumen, este «otro» agradable es bastante similar al europeo, siempre hostil a los que no se le asemejan, no se atavían como él o no se ciñen a sus valores. Es lo que explicaré con un análisis político de la cultura del holocausto en Europa (capítulo I), seguido de un estudio de los métodos de Israel para ganar los corazones y los espíritus de la opinión pública europea gracias a una particular utilización de viejas formas de pensar colonialistas (capítulo II).
Israel es como esas periferias de Europa que, según la ideología nacional, confieren a sus súbditos el papel de «último puesto avanzado» contra «la barbarie no europea». En el imaginario europeo, el criterio que permite definir a los miembros de la comunidad occidental está basado, desde siempre, en el muro de separación que delimita la cristiandad occidental blanca.
Actualmente el caso más conocido (y el menos imaginario, por otra parte) es la oposición a la entrada de Turquía en la Unión Europea. Incluso los argumentos de los «liberales» para aceptar a Turquía se basan en esta demarcación: «Hay que fomentar el Islam moderado», «allí, el hiyab está prohibido por la ley», etc. En esta geografía imaginaria, ¿dónde se sitúa Israel?, ¿dónde se ubican los judíos después del exterminio de los judíos de Europa? (Antes, como todo el mundo sabe, los judíos no formaban parte de Occidente, nunca fueron aceptados por Occidente a pesar de la moderna nostalgia por los judíos muertos). Israel aparte de Occidente: es una posición eminentemente política.
Pero existe la ilusión de trazar una línea donde termina Israel y comienza el mundo árabe. (Trataré de este fantasma en el capítulo IV a propósito de A.B. Yehoshua y su deseo de borrar su «vergüenza sefardí») En Israel, el 60% de los judíos no son askenazíes (judíos de origen europeo, occidental). ¿Hay que deducir que la mayoría de los judíos en Israel no son occidentales, que la frontera imaginaria debe trazarse entre los askenazíes y los judíos orientales? Sería un error, ya que entonces se trataría de un asunto de raza, lugar de nacimiento, dialecto, gastronomía o tradiciones religiosas (1) según una manera de pensar racial e incluso racista.
Lo que pienso es que la línea entre Occidente y lo que no es Occidente, entre el oeste y el este, no está entre los judíos y los palestinos ni entre los judíos askenazíes y los orientales, sino que atraviesa de una manera muy particular el pueblo judío -pueblo o nación-. Otros de nosotros, pueblos o grupos religiosos, incluso los procedentes de Europa occidental, nunca hemos formado parte del Occidente (cristiano), ni siquiera después de la nacionalización que experimentó el pueblo judío. Esa nacionalización no nos convirtió en occidentales (2).
Para hacer un análisis de la ambigüedad de los judíos sería necesario que historiadores y filósofos se dedicaran a describir detalladamente la historia de la vida de los judíos durante los últimos doscientos años, desde la independencia, ya que incluso los criterios utilizados por la Ilustración occidental para hacer la distinción entre laicos y religiosos, principio básico de las sociedades modernas, son criterios extraños a la historia de los judíos y no son aplicables. Sin hablar de las leyes sobre el matrimonio decretadas por el Estado, leyes antidemocráticas que nos imponen a todos (las principales víctimas son las mujeres) haciendo caer cínicamente la responsabilidad sobre los partidos religiosos, mientras que lo único que hacen es servir a los intereses racistas del Estado para evitar los «matrimonios mixtos» entre judíos y no judíos (es decir, árabes) (3).
Otro ejemplo evidente son las leyes tradicionales relativas a la comida: en Israel un 60% de los judíos cumple las normas del Cashrut no sólo absteniéndose de comer cerdo, sino también respetando todas las demás prohibiciones. Lo hacen por elección y no por algún tipo de coacción religiosa. Otro ejemplo elocuente es que el 99,9% de la gente hace circuncidar a sus hijos, y lo hace como prescribe la ley judía, ocho días después del nacimiento.
A pesar de todo muchos de entre nosotros se consideran «laicos», lo que no tiene razón de ser si se confía en los criterios europeos de la distinción entre laicos y religiosos. Incluso la separación que parece evidente y que los judíos aceptaron como forma de vida sometiéndose al imperativo europeo (cristiano) de ser «un judío en casa y un ser humano fuera (4)», no corresponde a la diversidad de las historias vividas por los judíos. Todos los intentos de agrupar el conjunto de estas experiencias en el marco de la historia de Occidente se saldaron con fracasos.
* Le nouveau philosémitisme européen et le camp de la paix israélien, Yitzhar Laor, traducido del hebreo por Catherine Neuve-Eglise y del inglés por Eric Hazan, ed. La Fabrique, París 2007.
(1) Los ritos populares y la veneración de los «santos rabinos» de los judíos marroquíes están mucho más próximos a las tradiciones musulmanas del Magreb que a las de los judíos askenazíes.
(2) Las histéricas denuncias judías de los «medios de comunicación antiisraelíes» y «del nuevo antisemitismo» reflejan, probablemente, el sentimiento de inseguridad de los que siempre se sienten relegados. Pero esa no es la cuestión.
(3) Los ciudadanos israelíes sólo pueden casarse en el marco de las instituciones religiosas. El matrimonio civil no existe en Israel.
(4) Famoso lema de los Ilustrados judíos que ratifica la equivalencia entre «ser un ser humano» y «tener la apariencia y el comportamiento de un cristiano».
Texto original en inglés: http://lmsi.net/spip.php?article692
Yitzhak Laor (1948) es poeta, novelista y periodista. Enseña en la academia de cine y es colaborador del periódico Haaretz. En 1980 destacó por sus poemas penetrantes y agresivos en los que condenaba la guerra de Líbano. La censura israelí impidió la representación de su drama Ephraim Returns to the Arms (Efraín vuelve a las armas) en 1985 «porque era denigrante para el régimen militar en Judea y Samaria». En 1990 saltó de nuevo a la actualidad cuando el Primer Ministro de la época, Isaac Shamir, se negó a firmar el Premio Primer Ministro de Poesía que le fue otorgado. A pesar de todo recibió el Premio Bernstein de Poesía por su colección A Night in a Foreign Hotel, 1992 (Una noche en un hotel extranjero) y el Premio Literario de Israel por su novela Food Fit for a King, 1994 ( Comida adecuada para un Rey).
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la
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