Bienvenido a QUMRÁN.Ser Judío no es pertenecer a una religión, es una misma forma de vida ante Di- y ante los demás...¡. . Los agravios que no se ventilan empeoran, y la supresión de identidad tribal y religiosa puede llevar a la violencia.. Somos una fuente de información con formato y estilo; Es evidente que, impresionantes números de personas mueren repetidamente cuando depositan su confianza en mentiras y mentirosos. Y casi siempre los mentirosos en el poder se encuentran en situaciones difíciles como consecuencia de su gran caso omiso de los hechos.....Laura Knight-Jadczyk

sábado, mayo 31, 2008

El Imperio Romano y sus Implicaciones en la Historia Bíblica

Juan Manuel Martín-Moreno
A. Pompeyo en Jerusalén
Como ya recordamos, en el año 63 a.C. Pompeyo había tomado Jerusalén, sometiendo la Judea a Roma; destronó a Aristóbulo II y nombró gobernador a Antípatro y sumo sacerdote a Hircano II. Pompeyo aprovechó para recortar el territorio judío, liberando del yugo judío a muchos de los pueblos y ciudades que habían sido conquistados y judaizados a la fuerza por los asmoneos. A raíz de estos recortes territoriales se creó la confederación de diez ciudades libres que recibieron el nombre de Decápolis. Otras ciudades griegas en la costa desde Rafia hasta Dor recibieron también la independencia y se constituyeron como polis autónomas. Del reino asmoneo sólo quedaba Judea, Galilea, Idumea y Perea.
El año 55, el legado de Siria Gabinio, después de haber aplastado la insurrección de Alejandro II, hijo de Aristóbulo II, dividió Palestina en cinco distritos (sinedrios): Jerusalén, Gazara, Amathus, Jericó y Séforis
Pero en el 40 a.C. Antígono, hijo del depuesto Aristóbulo II, conquistó Jerusalén con la ayuda de los partos, cortó las orejas a su tío Hircano II para que ya nunca pudiera volver a ser sumo sacerdote y consiguió reinar durante tres años, derrotando a los hijos de Antípatro, Herodes y Fasael, que apoyaban a Hircano II. Fasael se suicidó en prisión y su hermano huyó a Roma, para pedir ayuda al César.
Eran los años de las violentas guerras civiles en Roma que enfrentaron a Julio César con Casio y Bruto, y posteriormente a Marco Antonio con Octavio Augusto. Herodes tuvo poca vista y tomó partido siempre por aquél que había de resultar perdedor, pero sin embargo siempre tuvo la habilidad de ganarse al vencedor y conquistar su favor, con lo que consiguió perpetuarse en el cargo y recibir de Roma más y más regiones hasta recuperar en gran parte el territorio que perteneció a los judíos en la época asmonea, antes de la llegada de Pompeyo.
Con el apoyo de los romanos, Herodes regreso de Roma y se impuso en Jerusalén derrotando a Antígono. Desde Jerusalén gobernará como etnarca desde el año 36 a.C. hasta el año de su muerte, el 4 a.C. Es importante, pues, para entender el Nuevo Testamento, hacerse cargo de la situación que atravesaba el pueblo judío en la época en que vino al mundo Jesús: un pueblo dividido, agotado por los enfrentamientos internos y humillado por las ocupaciones externas, y, para colmo, bajo el dominio de Herodes, un advenedizo idumeo impuesto por Roma.
Herodes mostró su agradecimiento a Roma construyendo o reconstruyendo una serie de ciudades, de tipo helenístico y con nombre romano, en las que se estableció una población mixta de judíos y gentiles. Sus hijos continuaron esta política, y así surgieron ciudades como Cesarea Marítima, Sebaste (sobre las ruinas de la antigua Samaría, destruida por Juan Hircano), Séforis, Tiberíades, Cesarea de Filipo...
De entre sus construcciones hay que destacar la de Cesarea del Mar, que llegó a ser una de las grandes metrópolis del Mediterráneo, dotada de un gigantesco puerto artificial. La ciudad contaba con todas las instalaciones propia de una ciudad romana, teatro, anfiteatro, termas, acueductos, hipódromos... Construyó también en ella un magnífico palacio, lejos de las intrigas religiosas de Jerusalén. Es en esta Cesarea donde tendrá lugar medio siglo más tarde el episodio de Cornelio y el Pentecostés de los gentiles.
Buscando congraciarse con los judíos, Herodes se casó con Mariamme, una princesa de la familia asmonea, nieta de los dos hermanos que habían peleado por el trono en los tiempos de Pompeyo. Siguiendo una política de construcciones faraónicas reconstruyó y amplió el templo de Jerusalén. De sus varias esposas tuvo numerosa descendencia, lo que favorecía las intrigas por la sucesión al trono.
Herodes vivió toda su vida obsesionado con la posibilidad de un golpe de estado, y reaccionó ejecutando rápidamente a cualquier persona que le causara la más mínima sospecha. Hizo ejecutar a su cuñado, el joven Aristóbulo III, hermano de Mariamme, que ejercía el sumo sacerdocio. Pocos días después de que este oficiase en el Yom Kippur atrayendo la simpatía del pueblo, mandó que lo ahogasen en la piscina del palacio de Jericó.
Más tarde hizo ejecutar a su esposa Mariamme por celos y entre sus víctimas se contaron también algunos de sus propios hijos, especialmente los dos que tuvo con la asmonea Mariamme, Alejandro III y Aristóbulo IV. Sólo unos días antes de su propia muerte hizo ejecutar a Antípatro, otro de sus hijos. Cuentan de Augusto que una vez hizo un juego de palabras en griego, donde las palabras “cerdo” e “hijo” son muy parecidas y afirmó que él se sentiría más seguro en la corte de Herodes siendo un cerdo que siendo su hijo.
A esta tensión política se unía la conflictividad social y económica (empobrecimiento de los campesinos, excesivos gastos en construcciones y en mantenimiento del ejército), que producía frecuentes revueltas, violentamente reprimidas.
Tras la muerte de Herodes, acompañada por disturbios populares (4 a.C.), el reino (siempre dependiente de Roma se dividió entre sus tres hijos. Arquelao fue etnarca de Judea, Samaria e Idumea, hasta que en el año 6 d.C. los romanos, cansados de su brutalidad, lo depusieron y pasaron a gobernar directamente la región: hasta el año 41 d.C. se sucedieron una serie de gobernadores romanos, de los que el más conocido es Poncio Pilato. Los gobernadores residían en la ciudad de Cesarea del Mar, y sólo acudían a Jerusalén con motivo de las fiestas importantes para garantizar el orden.
En Cesarea, cerca del palacio de Herodes, que luego fue usado por los gobernadores romanos, ha aparecido una interesante inscripción en la que se menciona a Poncio Pilato.
El hermano de Arquelao, Herodes Antipas, fue tetrarca de Galilea y Perea hasta su destierro en el año 39 d.C. La tetrarquía de Antipas estuvo formada por la Galilea y Perea en la Transjordania. Antipas quiso dotar a sus territorios de una capital y la instaló primero en Séforis, reconstruyéndola y embelleciéndola, y años más tarde en Tiberíades, a orillas del lago.
Filipo, por último, hermanastro de los anteriores, fue tetrarca de Batanea, Traconítide, Gaulanítide, Iturea, Panias y Auranítide hasta su muerte en el año 34 d.C. Su tetrarquía comenzaba al otro lado del Jordán, en Betsaida Julias, que él refundó de nuevo como ciudad helenística. Pero su verdadera capital estuvo en Banias (Cesarea de Filipo) a los pies del Hermón. En los tres años después de su muerte esos territorios pasaron a depender de la provincia romana de Siria, para ser confiados después, en tiempo de Calígula a Agripa I, nieto de Herodes el Grande y Mariamme.
B. Situación política y cultural
Nuestra familiaridad con los escritos judíos, y el influjo moderno de la ideología sionista, nos ha hecho pensar que Palestina fue la tierra de los judíos, que, expulsados de allí, tienen ahora todo el derecho de volver a ocupar la tierra que les pertenece por herencia. En esta visión simplista de las cosas hay mucho de ideología que no soporta la confrontación con los datos de la historia.
La Tierra Santa no ha sido prácticamente nunca un país exclusivamente judío. Sólo en brevísimos períodos de la historia estuvo todo el territorio bajo una autoridad judía (unos 300 años en la época de los reyes, y unos 50 años en la época de los Macabeos). Toda la llanura costera desde el Carmelo hasta Egipto prácticamente nunca ha pertenecido a ningún estado judío. E incluso en los períodos de mayor expansionismo israelita el territorio no estuvo nunca habitado exclusivamente por judíos.
Volviendo a la época que estamos historiando ahora, el elemento israelita no era sino una de las muchas culturas presentes en el país. Con los judíos convivían los samaritanos en amplias zonas, y sobre todo los griegos de las ciudades helenísticas en la costa, a orillas del lago de Genesaret, en el valle del Harod, y aun en la misma Judea. Recordemos Antípatris, Escitópolis, Ptolemaida, Dora, Cesarea del Mar, Cesarea de Filipo, Tiberíades, Sebaste, Apolonia, Fasael y la ciudades de la antigua pentápolis filistea…
Esta población griega consideraba a los gobernadores romanos sus defensores frente al imperialismo judío. Efectivamente Pompeyo es el que les había liberado del duro yugo de los asmoneos. Ya hemos mencionado cómo Pompeyo al conquistar Jerusalén estableció una confederación de ciudades griegas autónomas conocidas como la Decápolis y la sustrajo a la autoridad de los judíos de Jerusalén. Lo mismo hizo con las ciudades griegas de la costa y de otras regiones.
Los habitantes de estas ciudades hablaban el griego koiné que se había convertido en la lingua franca de todo el Próximo y Medio Oriente. Mantuvieron una continua confrontación con la población judía por la que se sentían amenazados. Al inicio de la sublevación contra Roma, los habitantes griegos de Judea y Galilea realizaron una radical limpieza étnica de sus ciudades asesinando a miles de judíos.
Pero, a parte de estos ciudadanos griegos paganos, tenemos que considerar también a muchos judíos, sobre todo los más ricos y cultos, que se encontraban fuertemente helenizados y eran bilingües. Pensemos por ejemplo en los judíos de Séforis, la primera capital de Antipas, a cinco kilómetros de Nazaret, o en Betsaida donde Andrés y Felipe llevaban nombres griegos. Muchos identifican a estos judíos helenizados de la Galilea con el partido de “los herodianos” que aparece diversas veces en los evangelios. Probablemente este grupo empezó a tomar consistencia durante el largo reinado de Herodes el Grande, y más tarde se mantuvo fiel a su dinastía.
El latín apenas tuvo influjo en la zona, y se mantuvo como la lengua de los gobernadores y funcionarios romanos y de los oficiales del ejército, los cuales hablaban también el griego. Recordamos cómo el letrero sobre la cruz de Jesús estaba escrito en hebreo, en griego y en latín.
Los zelotas eran fanáticos partidarios de un estado judío independiente y tras la expulsión de las legiones romanas se proponían también expulsar a todos los habitantes griegos practicando una política de limpieza étnica radical. Por eso cuando comenzó la gran revuelta en el año 66, los griegos que habitaban en el territorio se volcaron totalmente a favor de los romanos y exterminaron a los judíos que vivían dentro de sus ciudades o en sus alrededores.
Por supuesto no negamos que el elemento judío fuera también importante. Contaban con una gran ciudad, Jerusalén, mayoritariamente judía, y otras pequeñas ciudades y poblados, organizados en toparquías. Durante la época romana muchas ciudades eran mixtas y contaban con importantes núcleos de población griega y judía. No nos es posible dar números ni siquiera aproximados sobre el porcentaje relativo de una y otra población.
La religión judía quería evitar a toda costa la asimilación dentro de la cultura griega que era mucho más potente y tenía una gran fuerza seductora. De aquí que se insistiese cada vez más en los preceptos de la ley que ayudan a mantener al judío separado del gentil, como son todos los preceptos relativos a la pureza ritual, a las comidas puras e impuras. Los judíos ortodoxos evitaban entrar en casa de los paganos y tener cualquier tipo de relaciones de amistad con ellos. En Jerusalén se han descubierto las ruinas de palacios de sumos sacerdotes, fuertemente helenizados, y que sin embargo mantenían su preocupación por la pureza ritual, como muestra la abundancia de piscinas rituales (miqve) en los sótanos de las casas.
El judaísmo del segundo templo muestra un carácter pluralista. Conocemos tendencias tan distintas y enfrentadas como los saduceos, los fariseos, los herodianos, los esenios, los bautistas, los zelotas. Estos hábitos pluralistas posibilitaron el que los primeros judíos creyentes en Jesús pudiesen ser aceptados como una secta más, la de los nazarenos, bastante próximos a los fariseos.
Efectivamente, salvo esporádicos momentos de tensión como el que llevó a la lapidación de Esteban, los judeocristianos seguían acudiendo a las sinagogas y dando culto en el Templo de Jerusalén. La misma lapidación de Esteban hay que considerarla como un acto puntual de linchamiento más bien que como una persecución sistemática. De hecho fueron sólo los cristianos helenistas los que tuvieron problemas, mientras que los judeocristianos de lengua aramea parece ser que no sufrieron tan graves interferencias.
En los documentos qumranitas conocemos la espiritualidad de los miembros del Yahad y vemos cómo podían considerarse el verdadero Israel escatológico, a pesar de ser una mínima fracción numérica de la totalidad del pueblo. Este será más también el mismo espíritu de los judeocristianos, que aun después de haber sido separados del Israel oficial, seguían considerándose el Israel legítimo, a pesar de no ser sino una mínima fracción del pueblo judío y de haber sido oficialmente excomulgados de la sinagoga.
Pero todas estas sectas serán excomulgadas sólo después de la destrucción de Jerusalén, cuando los rabinos en Jamnia reconstituyeron un judaísmo nuevo que cerró filas en torno a un tipo de judaísmo más bien heredero de los fariseos. Es entonces cuando se consumará el cisma entre la Iglesia judeocristiana y la sinagoga, ya en los años 80. Los textos del evangelio de Juan y de Mateo están ya reflejando este momento en que la escisión se ha consumado.
Una de las grandes tareas de los rabinos en Jamnia es oficializar el canon de la Biblia hebrea discutiendo algunos de los flecos que aún ofrecían alguna duda. Para esta época romana ya están escritos todos los libros del Antiguo Testamento.
C. La caída de Jerusalén
Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, llegó a unificar, con el apoyo de Roma, todo el territorio de su abuelo, y fue nombrado por los romanos rey de Batanea en el año 37, de Galilea y Perea en el 40, y cónsul de Judea en el 41. Sólo alcanzó a reinar tres años. En este lapso de tiempo se reconstituyó el reino de Herodes el Grande casi en su totalidad, despertando grandes expectativas en los elementos más nacionalistas. Pero la apariencia de autonomía que daba el reinado de Agripa era engañosa. Agripa no era sino una marioneta en manos de los romanos, y su gobierno no fue muy distinto de la administración romana directa por medio de gobernadores. Los Hechos de los Apóstoles nos han dejado una imagen muy negativa de Agripa, como el clásico tirano lleno de soberbia y perseguidor de los creyentes. Durante su brevísimo reino la Iglesia de Jerusalén sufrió una dura persecución en la que Pedro fue encarcelado y Santiago Zebedeo fue decapitado (Hch 12,1-3). La muerte de Agripa, roído de gusanos, está narrada en el género literario propio de la muerte de los tiranos (Hch 12.20-23).
A su muerte, en el año 44, Palestina pasó a estar de nuevo bajo el mando directo de los prefectos romanos. En esta segunda etapa de gobierno romano directo se sucedieron varios prefectos (Fado, Tiberio Alejandro, Cumano, Félix, Festo, Albino y Gesio Floro). Flavio Josefo denuncia su corrupción y revela la miseria con la que el pueblo se iba empobreciendo cada vez más.
El hijo de Agripa I, Herodes Agripa II, era todavía muy joven a la muerte de su padre, y los romanos no quisieron que heredase todo el gran reino que su padre había ido juntando en torno a sí. Los romanos se limitaron a asignarle sólo algunos de los territorios en el nordeste del país, que habían pertenecido a la tetrarquía de Filipo.
Agripa II pasaba por ser un judío religioso, y en varias ocasiones los romanos le pidieron que actuara de árbitro en sus conflictos con los sumos sacerdotes, delegando en él la autoridad para nombrar al sumo sacerdote en Jerusalén. Los Hechos de los Apóstoles nos narran un incidente en que el procurador Festo invitó a Agripa II a que intervenga en el juicio de Pablo aprovechando su paso por Cesarea (Hch 25,13-26,32). En el tiempo de la gran revuelta Agripa II se mantuvo fiel a los romanos y cooperó con ellos en el sometimiento de los zelotes. Hace pocos años los arqueólogos han descubierto su magnífico palacio en Cesarea de Filipo, y nuevos templos paganos en lo que pudiéramos llamar la “acrópolis” de Cesarea, donde al antiguo templo de Pan se añadieron el templo a Augusto construido por Herodes el Grande, y nuevos templos, a Zeus, a Némesis, a las cabras danzantes…
En tiempo de Cumano (48 – 52) hubo fuertes tensiones entre judíos y samaritanos, que se agudizaron bajo su sucesor Félix (53 – 58); es en este tiempo cuando surge el movimiento de los sicarios (terrorismo urbano). Con el procurador Festo (58 – 62) hay una cierta tranquilidad. Aprovechando la muerte repentina de este, las autoridades judías saduceas asesinan a Santiago, “el hermano del Señor”, presidente de la Iglesia de Jerusalén. Una vez más no debemos ver este asesinato como una prueba de una excomunión general de los cristianos. Fue solo la secta de los saduceos la que promovió este crimen, mientras que, según Flavio Josefo, los fariseos se indignaron ante este asesinato y presentaron una reclamación formal ante el siguiente gobernador Albino. Este hecho nos parece muy significativo a la hora de ver cómo precisamente la secta de los fariseos era la que tenía mayor afinidad con los primeros judeocristianos.
Probablemente es entonces cuando la comunidad cristiana se trasladó a Pella, en la Decápolis, aunque otros historiadores sitúan este éxodo tres o cuatro años más tarde, después del comienzo de la gran insurrección contra Roma. Esta huida de la comunidad judeocristiana salvó a muchos de los primeros cristianos de los horrores de la guerra. Los evangelios insisten mucho en que este consejo de huir de la ciudad había sido ya dado por Jesús mismo en su sermón escatológico.
Bajo el mando de Gesio Floro la crisis llegó ya a extremos insostenibles. Un conflicto entre griegos y judíos en Cesarea Marítima dio lugar a una serie de revueltas, que provocaron la intervención armada de los romanos en Jerusalén, y como consecuencia estalló la revuelta de los zelotes. Los rebeldes se adueñaron de Jerusalén, que durante cuatro años fue asediada por los romanos, hasta su toma y destrucción en el año 70. Los zelotes se hicieron fuertes en Masada, donde resistieron todavía tres años más.
Pese a la derrota, no desaparecieron del todo las esperanzas judías de reconstruir el templo (reconstrucción prohibida por Trajano). En el año 116 hubo una insurrección de los judíos de la diáspora, y entre los años 132 y 135 se produce una nueva revuelta, dirigida por Bar Kojba. El emperador Adriano responde de una manera fulminante: arrasa Jerusalén, fundando sobre ella una colonia romana (Aelia Capitolina), a la que prohíbe acercarse a los judíos, y adopta una serie de medidas fuertemente antisemitas (prohibición de la circuncisión, del shabbat y de la enseñanza de la Torah).
Como había ocurrido ya en el 587 a.C., la segunda caída de Jerusalén dio lugar a una seria crisis interna, debido no sólo a la destrucción causada por la guerra sino sobre todo al enfrentamiento entre los propios judíos, entre los radicales zelotes y los moderados partidarios de negociar con Roma (La destrucción fue tan grande que los romanos al tomar la ciudad se encontraron prácticamente con un cementerio).
El año 70 marca una fuerte ruptura en el interior del judaísmo. Al ser destruido el templo, desaparece el sacerdocio (cuyo prestigio, por otra parte, había caído en picado desde la época asmonea), y la espiritualidad judía va a girar desde ahora en torno a la lectura de la Torah hecha en las sinagogas. Dos años antes de la destrucción de la ciudad, Yohanan ben Zakkai, un rabino opuesto a la revuelta de los zelotes, había logrado huir de Jerusalén con algunos de sus discípulos; se asentaron en Jamnia, que va a convertirse, a partir del año 70, en el centro director del judaísmo mundial.
El judaísmo de Jamnia mostró una gran plasticidad para adaptar la religión judía a las nuevas circunstancias de la diáspora. Toda esta tarea fundacional del judaísmo nuevo se prolongó durante más de 100 años, hasta culminar en la redacción de los seis libros de la Misná, que incorporan la ley oral, y fueron publicados en Séforis hacia el año 200 por el patriarca judío Yehudah haNasí.
Sin embargo, no con eso cesó la actividad de los rabinos, que se prolongó en una segunda etapa, la de los amoraítas, que culminará en la doble redacción del Talmud dos siglos más tarde, el Talmud de Jerusalén y el de Babilonia.

Martín-Moreno González, Juan Manuel, Historia de Israel, Universidad Comillas de Madrid.

El Imperio Heleníco y sus Implicaciones en la Historia Bíblica

Juan Manuel Martín-Moreno
A. Los reinos helenísticos
La larga confrontación entre los persas y los griegos a lo largo de las tres guerras médicas verá su final en la total derrota persa que pondrá todo aquel inmenso imperio en las manos de Alejandro y sus militares. Los griegos que hasta entonces se habían mantenido básicamente a la defensiva, se lanzan ahora a una campaña sistemática de invasión y conquista del imperio persa, hasta conseguir el éxito más absoluto y derrocar al último monarca persa, Darío III.
Con motivo de estas campañas Alejandro Magno entró en Jerusalén en el año 333 a.C. inaugurando así una nueva etapa en la historia del pueblo judío. Alejandro, trató de realizar una síntesis entre el mundo oriental y el occidental. Organizó una gran boda en Susa, en la que él, sus generales y otros diez mil macedonios se casaron con mujeres de la nobleza persa. Pero a pesar de sus esfuerzos no consiguió que Persas y Macedonios fueran un solo pueblo. Como los reyes persas, Alejandro siguió también una política de gran tolerancia religiosa.
Apenas hay alusiones en la Biblia a Alejandro. Sólo en Dn 8,5, “un macho cabrío de occidente”, quizás Za 9,1-8 y 1 Mc 1,1-7. En realidad las guerras de Alejandro no afectaron a Judea, y la tolerancia de Alejandro no supuso ningún cambio sustancial para aquella pequeña provincia que cambiaba de dueño.
Su muerte prematura impidió que esa síntesis llegara a la madurez, y llevó a la división de los inmensos territorios conquistados por él entre sus generales. Este es el origen del nacimiento de los llamados Reinos helenísticos. En todos ellos encontramos una estructura semejante. En la capital hay una minoría griega en torno a la corte y al rey, que va a ir filtrando la lengua y la cultura griega al resto de la población. Esta tarea que tardará varios siglos recibe el hombre de “helenización”. En unos casos se da de una forma más rápida y radical que en otros. Lo helenístico se contrapone a lo helénico. Designamos como helénicos a todos los fenómenos culturales asociados a la península griega durante los siglos de oro, siglos V y IV a.C. En cambio llamamos “helenísticos” a todos los fenómenos, artísticos, literarios, y sociales relacionados con la cultura griega exportada a los países del Oriente, durante los siglos III a.C. al siglo I.
De entre los reinos helenísticos los que más nos interesan para la historia bíblica son los asentados en Siria y en Egipto. En Siria se establece la dinastía de Seleuco, uno de los generales de Alejandro, con capital en Antioquia. En Egipto se instala la dinastía de Tolomeo, otro de los generales, con capital en Alejandría. Ambas dinastías se conocen con los nombres respectivos de seléucidas y lágidas.
B. Judá bajo los lágidas durante el siglo III A.C.
El primer general en afianzarse fue Tolomeo en Egipto. Seleuco tuvo que refugiarse donde Tolomeo I Soter, porque Antígono se había hecho fuerte en Asia Menor y Siria. Cuando finalmente Seleuco pudo tomar Babilonia, la ciudad de más prestigio, dará comienzo la era seléucida en el año 312. Once años más tarde en 301, Antígono quedará definitivamente derrotado en la batalla de Pisos, y Seleuco se quedará como dueño y señor de la siria, poniendo su capital en la ciudad de Antioquía.
Entre el 301 y el 200 a.C., Jerusalén quedará bajo el dominio de los Tolomeos, dependiendo de Alejandría, aunque no deja de sufrir las ambiciones expansionistas de la corte de Antioquía; numerosos judíos se asentarán en ambas ciudades.
Durante este siglo se sucedieron cinco monarcas en Alejandría que portan todos ellos el nombre de Tolomeo. Los reyes de Antioquía nunca aceptaron que Judá y la Celesiria quedasen bajo el poder de los lágidas de Alejandría, y promovieron continuas guerras para tratar de ocupar estos territorios. Aunque apenas sabemos nada de Judea en este siglo, las heridas de estas continuas guerras debieron de ser muy profundas en todo el país.
Antígono fue el primero en dividir el reino en “toparquías”, que consistían en una ciudad y el territorio circundante con sus pueblos. Un conjunto de toparquías constituían la hiparquía. El nombre de estas hiparquias se nos ha conservado en nombres en –itis como Gaulanitis, Trachonitis, o en –aia, como Ioudaia, Galilaia…
Al parecer durante esta época Jerusalén y toda Judea estaba gobernada por una asamblea de 70 ancianos que se denomina “la gran Asamblea” en la literatura rabínica posterior. La Asamblea estaba presidida por el sumo sacerdote que tenía una posición muy importante. El sumo sacerdocio se pasaba de padres a hijos.
Samaría parece haber sido repoblada con macedonios y tendrá una población griega. Es en la vecina Siquén donde los “samaritanos” continuarán su culto con su templo, aunque el cisma sólo tendrá lugar más adelante.
Las nuevas autoridades de Alejandría no cambiaron el régimen administrativo que la provincia había tenido durante el dominio persa, y Jerusalén gozó de un notable grado de autonomía social y política, pero la cultura helenística que se iba difundiendo progresivamente a través de escuelas y gimnasios chocaba fuertemente con la mentalidad judía, y la sabiduría griega, muy atractiva para los sabios de Israel, cuestionaba su visión del mundo. En esta época comienzan a fundarse nuevas ciudades, según el modelo de la “polis” griega, autónomas y con democracia interna, que serán uno de los principales medios de difusión del helenismo. Algunas ciudades antiguas adoptan también estatuto de autonomía y se refundan con un nombre griego, como es el caso de Akko que pasa a llamarse Tolemaida, o Beisán que pasa a llamarse Escitópolis.
C. Judá bajo los seleúcidas: La insurrección macabea
En el año 200 a.C. Antíoco III, en el curso de la quinta guerra siria conquista Judá, incorporándola al reino seléucida. La batalla decisiva se libró en Panium (Banias), cerca del templo del dios Pan. El general egipcio Escopas, fue totalmente derrotado a manos del ejército de Antíoco III el Grande.
Los lágidas, como hemos dicho se habían mostrado muy tolerantes para con la cultura y la religión judía. Sin embargo los seléucidas intentaron apretar el pedal de la helenización. A partir de este momento se acentuó la tensión entre los judíos “helenizantes” (admiradores de la cultura griega y partidarios de cambiar la tradición hierocrática judía por un sistema democrático) y los tradicionalistas (los “puros” o hasidim). La situación se fue enrareciendo cuando Jasón primero, y Menelao después, representantes de un judaísmo helenizante y sin escrúpulos. acceden ilegítimamente al sumo sacerdocio, gracias al apoyo que el rey de Antioquía les presta a cambio de importantes sumas de dinero. El conflicto de fondo es más un conflicto civil entre judíos que una guerra entre los judíos y los sirios. Es el partido judío helenizante el que acudió a Antíoco pidiéndole su protección, y exigiendo que acelerase el proceso helenizador de las instituciones.
Antíoco III el vencedor de Panium, fue poco después aplastado por los romanos en la batalla de Magnesia, (189 a.C.) y en la humillante paz de Apamea se vio obligado a pagar unas cuantiosísimas indemnizaciones de guerra a los romanos. Esto acentuó mucho en adelante la necesidad de fondos de los seléucidas, y su afición a confiscar los bienes de las provincias, especialmente los templos de los dioses que cumplían entonces la función de los bancos.
Su sucesor Antíoco IV, con la complicidad del sumo sacerdote Menelao, saqueó el templo de Jerusalén e impuso allí el culto de Zeus, lo cual constituyó el último determinante de la revuelta nacionalista de los Macabeos. Este culto de Zeus en el interior del templo de Jerusalén es lo que el libro de Daniel designa como “abominación de la desolación” (Dn 11,31; 12,11). Para controlar mejor la ciudad los sirios construyeron cerca del templo una gran fortaleza conocida con el nombre de Acra, desde donde ejercían su supremacía militar sobre toda la ciudad
Matatías ben Hasmón y sus hijos fueron los dirigentes de la revuelta. En un principio el objetivo era mantener la pureza de la religión frente a las contaminaciones idolátricas de los griegos. A este efecto los macabeos en los comienzos de su revuelta se vieron apoyados por el partido de los hasidim, los judíos celosos de la Ley. Pero como veremos los hasidim acabarán enfrentándose a la dinastía nacida de los macabeos, una vez que el éxito militar de la revuelta llevó a la dinastía asmonea a ambicionar la independencia política desconocida por los judíos desde el final de la monarquía davídica.
Matatías murió poco después de la sublevación (167 a.C.). Su sucesor al frente de la sublevación fue su hijo Judas Macabeo, que tras los triunfos espectaculares en las batallas de Bet Horon, Emaús y Bet Zur logró entrar triunfalmente en Jerusalén y purificar el templo (164 a.C.), pero no consiguió tomar el Akra, la fortaleza de los seléucidas junto al templo. El aniversario de esta rededicación del Templo el día 25 de Kislev (Diciembre) pasó a convertirse en la popular fiesta judía de Hanukkah, en la que se encienden las luminarias, el candelabro de los ocho brazos, y se recuerda el prodigio de que el fuego que ardía permanentemente delante del santuario fuera hallado ardiendo todavía milagrosamente.
Estas guerras se nos cuentan en los libros primero y segundo “de los Macabeos”, que se consideran libros deuterocanónicos por no estar incluidos en la Biblia judía ni tampoco en la de las Iglesias protestantes que siguen el canon judío.
Los dos libros no cuentan historias sucesivas, como pudiera pensarse, sino que discurren de forma paralela y tienen características literarias muy diferentes. El “libro segundo”, escrito en griego y con un estilo grandilocuente, narra las campañas gloriosas de los rebeldes y el triunfo final de los hasidim, que culmina con la nueva consagración del altar y la instauración de la Hanukkah. En cambio, el “libro primero”, en realidad posterior al “segundo”, y escrito en hebreo, está orientado a justificar la entronización de los asmoneos (Jonatán, Simón, Juan Hircano, Alejandro Janeo) como sumos sacerdotes.
Volviendo a la historia política de Palestina, tras la muerte de Judas (160 a.C.), su hermano Jonatán (160-142 a.C.) heredó el liderazgo de la revuelta y usurpó el sumo sacerdocio en el año 152 a.C., tras la muerte del sumo sacerdote Alcimo. Supo aprovecharse de la extrema debilidad del reino seléucida dividido entre los dos pretendientes Demetrio I y Alejandro Balas y sus sucesores. Jonatán fue muy hábil para jugar a favor de unos y otros siempre en función de su ambición política de total independencia.
Aunque la familia de Matatías era de estirpe sacerdotal, sin embargo no pertenecían a la estirpe sadoquita, que era la única con derechos al sumo sacerdocio según las exigencias más estrictas. Esto dio lugar a una ruptura con los hasidim, que hasta ahora habían apoyado la revuelta macabea, y llevó a algunos sacerdotes radicales a apartarse del templo y sus instituciones, para separarse de la corrupción: este es el origen de la “secta” de los esenios (en el año 141 a.C. tiene lugar el exilio del “maestro de Justicia”), que no se reduce al asentamiento monástico de Qumrán; hubo también esenios en lugares como Damasco o Alejandría.
D. El afianzamiento de la monarquía asmonea
Jonatán murió violentamente en la ciudad de Tolemaida, del mismo modo como murieron todos los hermanos Macabeos. Le sucedió Simón (143-134 a.C.), el último de los hermanos, que unió en su persona la función religiosa de sumo sacerdote y la función política de etnarca. Consiguió de Demetrio II la total exención de impuestos, lo cual suponía de hecho la plena independencia con respecto al poder de los seléucidas. Simultáneamente abolió la era seléucida como modo de datación cronológica, y a todos los efectos gobernó como un soberano independiente. Como sus hermanos antes de él, Simón buscó siempre el favor y la protección de Roma, siempre dispuesta a debilitar el poder de los seléucidas. Simón fue asesinado también violentamente junto con dos de sus hijos por su yerno Ptolomeo, lo cual nos hace ver lo turbulentos que fueron aquellos tiempos en los que la casi totalidad de los reyes y pretendientes antioquenos así como los dirigentes judíos murieron violentamente.
Tras él, su hijo Juan Hircano (134-104 a.C.) fue aún más lejos, proclamándose rey y ampliando el territorio judío hasta los límites que había alcanzado en su momento de mayor esplendor, en tiempos de David y Salomón. Entre sus conquistas se cuenta la Idumea y la Samaría. Hircano llevó a cabo una intensa judaización de su reino (destrucción del templo samaritano del Garizín en el 128 a.C.), forzando a sus habitantes a circuncidarse o exilarse.
Pese a estos éxitos militares, Juan Hircano vivía más como un monarca helenístico que como un verdadero sacerdote judío, y los sectores más tradicionales criticaban la identificación entre la realeza y el sacerdocio, reclamando una separación de ambas funciones. En este contexto surgió el grupo de los “fariseos”, que tan importantes serán en la época de Jesús y posteriormente. Constituían una piadosa fraternidad laica, que buscaba la santificación de la vida cotidiana, trasladando a esta la exigencia de pureza ritual del templo de Jerusalén. Aspiraban a aplicar la Torah a la vida de su tiempo, para lo cual completaron la ley escrita en el Pentateuco con numerosos preceptos tomados de la tradición oral de Israel (rabinismo).
Los fariseos, que pronto alcanzaron gran prestigio entre el pueblo, pretendieron influir en la política judía y fueron entrando en conflicto con la dinastía asmonea que se iba helenizando cada vez más. A la muerte de Juan Hircano, uno de sus hijos, Aristóbulo I, hizo morir a su madre y a su hermano Antígono, y asumió el título de rey por primera vez. Su reinado fue muy breve, apenas dos años, pero en este tiempo consiguió seguir ensanchando las fronteras del reino conquistando la Iturea y forzando a la población a judaizarse.
A la muerte temprana de Aristóbulo, su viuda Alejandra Salomé contrajo matrimonio con el hermano de Aristóbulo, Alejandro Janeo, que será el más brillante de los reyes asmoneos (103-76 a.C.) En su época se agudizó el conflicto con los fariseos que tomaron parte en un levantamiento general contra su monarquía con ayuda extranjera. Janeo respondió con una violenta represión (más de 3000 fariseos fueron crucificados), pero a su muerte encomendó a su sucesora, la reina viuda Alejandra, que actuara de forma más conciliadora.
Alejandro Janeo siguió la política expansionista de sus predecesores y extendió su dominio sobre casi todas las ciudades costeras, y muchas de las ciudades de la Decápolis en la Transjordania. Al final de las campañas de la dinastía asmonea, los judíos consiguieron recomponer un reino casi tan extenso como el atribuido a David en la Biblia. Su política de limpieza étnica intentó crear una homogeneidad judía, forzando a los extranjeros a judaizar a exiliarse.
Alejandra Salomé (76-67 a.C.) asumió el poder tras la muerte de su marido y realizó un cambio brusco de política. Admitió a los fariseos en el consejo real (“sanedrín”), al lado de los saduceos, con lo cual su influencia se acrecentó notablemente. De hecho, es la espiritualidad farisea la que dominó, hasta los tiempos de Jesús, el judaísmo palestino.
Dado que no podía ejercer la función sacerdotal por ser mujer, Alejandra confió este puesto a su hijo mayor Hircano II, hombre débil e influenciable, sometido a su consejero Antípatro el idumeo.
A la muerte de Alejandra, el hijo pequeño Aristóbulo, se proclamó rey, deponiendo a su hermano mayor Hircano. Éste tuvo que huir a refugiarse con los nabateos y aconsejado por su canciller Antípatro, entró en negociaciones con Pompeyo. Pompeyo era el representante de Roma, la nueva potencia mediterránea, que se encontraba por entonces por la zona, donde había anexionado los últimos restos de la monarquía seléucida transformando a Siria en provincia romana.
El general romano decidió apoyar la causa de Hircano porque le vio más manipulable. Las legiones romanas consiguieron hacerse con Jerusalén y cautivar a Aristóbulo y a sus hijos a quienes llevó consigo a Roma como cautivos.
Con la entrada de Pompeyo en Jerusalén (63 a.C.), terminará la autonomía del reino de los judíos que a partir de entonces estará sometidos al poder de Roma bien directamente o bien a través de regímenes marioneta.
E. La literatura bíblica durante la época helenística
Veremos algunas de las novedades que se producen en la elaboración de los libros sagrados del judaísmo durante esta época. Ya nos hemos referido anteriormente a los dos libros de los Macabeos que no fueron admitidos en el canon rabínico, pero que están presentes en la edición de los LXX.
En el contexto del primer influjo del helenismo surge el libro de Qohelet (conocido también por su nombre griego de Eclesiastés, o “el predicador”), una obra extrañísima, que rezuma escepticismo y desengaño. A lo largo de este período se cierra también la colección de los salmos, y se recogen una serie de cantos de amor tradicionales que van a configurar el “Cantar de los cantares” (quizá reflejo de un deseo de mostrar, ante la pujanza de la literatura griega, el genio lírico hebreo).
Durante la etapa helenística proliferan las escuelas rabínicas, dedicadas al estudio de la Torah. En una de ellas surge el libro del “Eclesiástico”, que recoge las enseñanzas de Jesús ben Sira, maestro de Jerusalén. Redactado en torno al año 200 a.C. y traducido al griego en Alejandría, se difundió sobre todo entre los judíos de la diáspora (hasta hace un siglo sólo se conocía en versión griega). Consiste en una especie de enciclopedia sapiencial, que contribuyó a alimentar la piedad judía, igual que otro libro de esta época, el de Tobías, una “novela ejemplar” ambientada en Nínive (y por ello especialmente atractiva para los de la diáspora). Ninguna de las dos obras ha sido admitida en el canon judío.
A mediados del siglo III se produce un acontecimiento de gran importancia: se traduce por primera vez la Torah al griego, para atender a las necesidades de los judíos de Alejandría, que ya no eran capaces de leer el hebreo. Dicha traducción tuvo lugar durante el reinado de Tolomeo II Filadelfo (285-247 a.C.). Según se cuenta en la “carta de Aristeas”, el rey de Egipto, deseoso de conocer los libros sagrados de las diversas religiones, había pedido a Jerusalén el envío de expertos; el sumo sacerdote le mandó setenta maestros, los cuales, trabajando independientemente, llegaron a un resultado idéntico en la traducción. La versión “de los LXX”, que supone un esfuerzo notable de inculturación por parte del judaísmo, será la Biblia de las primeras comunidades cristianas, y la que manejarán los redactores del Nuevo Testamento.
Los sucesos relacionados con la revolución asmonea no fueron meramente una guerra de liberación contra las autoridades de Antioquía, sino que dieron lugar a una importante reflexión sobre esos mismos sucesos a la luz de la fe. En estos tiempos conflictivos, la espiritualidad judía acentúa la invitación a confiar en Dios y en su intervención salvadora en favor de los justos; tal es el humus en el que se va a desarrollar la literatura apocalíptica. Ya no hay profetas que puedan iluminar, con la luz de Dios, la oscuridad en que camina el pueblo; por eso se escriben libros evocando a los grandes testigos del pasado (Elías, Moisés, Enoc, incluso Adán y Eva...), a los cuales, por su cercanía a Dios, se les considera capaces de predecir el futuro.
La literatura apocalíptica también ha encontrado su lugar en la Biblia: a este género pertenecen la segunda parte del libro de Zacarías (capítulos 9 al 14) y, sobre todo, diversas secciones del libro de Daniel. Este es un texto complejo, con diversos estratos redaccionales, y con una posible base histórica muy escasa (el protagonista es un judío llamado Daniel que vive en Babilonia en la época del destierro). Una parte está escrita en hebreo, otra en arameo y otra en griego; esta última no se incluye en las Biblias judías y protestantes, de manera que el libro tiene diferente extensión en unas Biblias y en otras.
Las características de la literatura apocalíptica ya están presentes en las primeras obras: pseudonimia, simbolismo numérico, lenguaje secreto, actividad de los ángeles y angelología, división de la historia en períodos, y referencia a un tiempo futuro de salvación en medio de grandes cataclismos. Esta urgencia apocalíptica se hace sentir sobre todo en tiempos de gran opresión y persecuciones.
Otro libro escrito en esta etapa helenística es el libro de Ester, una novela “ejemplar”, probablemente con algún fondo histórico, que muestra cómo Dios interviene en favor de su pueblo oprimido. La parte hebrea del libro no contiene, curiosamente, ninguna alusión de tipo religioso, y más bien da la impresión de ser un canto a la venganza; en cambio, la sección escrita en griego, más piadosa, incluye numerosas oraciones. El libro de Ester se lee en la fiesta llamada Purim (“las suertes”), fiesta de origen desconocido, aunque ciertamente posterior al exilio, y que tiene que ver con la costumbre babilonia de “echar las suertes” en la primavera, al comienzo del año astrológico. Naturalmente, el judaísmo ha reinterpretado esta fiesta pagana, dándole otro sentido, pero aún quedan en el libro ciertas reminiscencias babilónicas.
El libro de Judit (“la judía”), novela escrita para alentar a los participantes en la rebelión asmonea, es una exaltación de la debilidad judía (Judit) frente a la fuerza de las grandes potencias (Holofernes). En el trasfondo de la narración se mezclan, de manera poco histórica, elementos de los diversos imperios que habían dominado el Oriente en los siglos anteriores (Asiria, Babilonia, Persia, Grecia...). Los libros posteriores, como el de Baruc, la “carta de Jeremías” o el libro de la Sabiduría, escrito en griego en torno al año 60 a.C., ya no serán incluidos en el canon judío.
Martín-Moreno González, Juan Manuel, Historia de Israel, Universidad Comillas de Madrid,

El Imperio Persa y sus Implicaciones en La historia Bíblica

Juan Manuel Martín-Moreno
A. La comunidad judía después del exilio
1.- Creación del Imperio persa
Durante el siglo VII los pueblos iranios entran en la historia. Son medos y persas, primos hermanos. Ya vimos como los medas formaron parte de la coalición antiasiria y contribuyeron a la caída de Nínive (612 a.C.). Nos gustaría poder precisar más la relación de los medos con el reformador religioso Zoroastro, pero no sabemos exactamente cuando vivió. Se suele dar la fecha propuesta por la tradición parsi de los siglos VII a VI a.C. En el momento en que se construye el imperio, la antigua religión irania de los Magos ya había experimentado el influjo del profeta.
El imperio surgirá por obra de Ciro. Al revelarse contra el rey meda Astiages, consiguió la unidad de medos y persas (549). El imperio iranio se constituyó en unas pocas décadas. Después de apoderarse de Ecbatana la capital de los medas, le llegó el turno a Sardes, la capital de Creso. Frente al conquistador persa sólo quedaba el imperio babilonio de Nabonido. Después de varios años de espera, Ciro marchó contra Babilonia, y consiguió entrar en ella sin necesidad de combatir en octubre de 539.
Fue entonces cuando Ciro proclamó el estado de paz y desarrolló una política tolerante. Esta benevolencia de los persas, pueblo arios, contrasta con la crueldad de los semitas -asirios y babilonios- que habían fundado sus imperios precedentes sobre el exterminio, la tortura y las deportaciones.
No pretendieron establecer la unidad del imperio imponiendo a la fuerza su religión, la del Dios del cielo a quien adoraban. Ciro se presenta en Babilonia como el elegido de Marduk, en Ur como el enviado de Sin, y ante los judíos como el ejecutor de las órdenes de YHWH. Las estatuas de los dioses pueden volver a sus antiguos santuarios a donde las había llevado Nabonido En su célebre edicto (Esd 6,3-5) Ciro restituye a Jerusalén no la estatua inexistente del dios judío, sino los vasos sagrados y el ajuar cultual que habían sido robados por Nabucodonosor.
Con el rey Darío el imperio persa alcanza su apogeo. Magníficos palacios se elevan en Susa y Persépolis. El imperio se reparte en una veintena de satrapías y el Oriente disfruta de un sistema organizativo de la administración, que asirios y babilonios habían sido incapaces de darle. Judá forma parte de la 5ª satrapía con toda la costa mediterránea y Chipre.
2.- El regreso a Sión
Tras el edicto de Ciro los judíos son libres para regresar a su país y reconstruir el templo de Jerusalén. Así se realizaba lo que el Segundo Isaías había anunciado a los exiliados. ¡Eran libres de nuevo!
Pero pronto se van a ver decepcionados y desilusionados. La nueva situación en poco se parecía al cuadro brillante que habían imaginado los profetas del destierro cuando soñaron con el regreso a Judá.
De los exiliados sólo quedaría muy pocas personas y muy ancianas. Los jóvenes habían nacido y crecido en Babilonia y viajaban a un país desconocido. Por otra parte la tierra que encontraban no estaba desocupada. Las casas que no habían sido destruidas estaban ocupadas por otros habitantes, que lógicamente miraban con malos ojos el regreso de los exiliados.
Además los repatriados no volvían a un país libre del todo que les perteneciera con soberanía. Judá no era sino una provincia del imperio, dotada de una administración persa y regida por extranjeros.
La liberación que Dios había prometido se había realizado, pero muy pronto los salvados se encontraron en un desierto. Los desafíos eran muy prosaicos y la instalación resultó muy laboriosa, en condiciones desfavorables, entre fricciones y rivalidades. El pueblo estaba dominado por los gobernantes extranjeros que eran quienes gozaban del poder de decisión, y esta situación tenía una consecuencia casi inevitable: provocaba profundas divisiones en medio del pueblo. Se da una primera tensión entre “liberales” y “conservadores”. Encontraremos un grupo "liberal" que se adapta a la nueva situación desde el punto de vista de la lengua, las costumbres y la forma de vida. Este grupo está dispuesto a toda clase de componendas. Pero hay otro grupo herméticamente cerrado a todas las innovaciones y a todas las influencias extranjeras. Su única preocupación es salvar la herencia del pasado.
La segunda tensión tiene que ver con la manera de entender el culto. El templo es la institución que va a servir como lugar de reunión. La gran reforma de Esdras, cien años después del primer regreso, dio a la comunidad cúltica judía una forma que va a ser decisiva en los próximos siglos. El servicio divino del culto se convierte en un asunto propio del clero. Los sacrificios se multiplican y el clero aumenta. Habrá grupos de personas con una profunda desconfianza hacia ese culto formalista que se transforma en un comercio sagrado, y van a tomar distancia respecto a la religiosidad del templo.
Hay una tercera tensión en el pueblo en lo referente a la actitud a adoptar respecto a los pueblos extranjeros. Unos esperan que la ansiada salud aportará a Israel la grandeza y la felicidad y a los paganos el juicio y la aniquilación. Para otros en cambio el objetivo salvífico último de Dios incluye también a los paganos. Dios ha caminado con Israel todos esos siglos para que todos los pueblos puedan un día conocerle.
3.- Reconstitución de la comunidad en torno a la Ley
El Templo fue reconstruido, pero las esperanza de los profetas post-exílicos no se realizaron. No se reconstituyó un estado que tuviera al frente a un rey y un sumo sacerdote. Por tanto había que llenar este vacío de alguna forma.
A partir del año 515 a.C. en que se termina la construcción del templo apenas sabemos nada de los acontecimientos en la pequeña provincia de Judá. Este silencio de las fuentes se ve sólo interrumpido por el ministerio de Esdras y Nehemías sobre el cual tenemos una importante fuente de formación en los libros que llevan sus nombres. Son ellos realmente los que perfilarán las líneas maestras del judaísmo postexílico.
Esdras, presentado en la Biblia como sacerdote y escriba, había permanecido en Babilonia después del edicto de Ciro. La narración de la actividad de Esdras en Jerusalén la encontramos en Esd 9-10 y Ne 8-10. Probablemente llegó a Jerusalén como asesor del gobernador persa en materia de judaísmo. Una de sus primeras medidas fue la prohibición y disolución de los matrimonios mixtos que suponían un riesgo de asimilación de los judíos en su entorno. Otras medidas importantes fueron la reorganización del culto y el nombramiento de jueces y funcionarios.
Pero el acontecimiento más importante de su actividad fue la proclamación de la Ley solemnemente en Jerusalén. Los biblistas no están de acuerdo en cuál fue el texto leído solemnemente por Esdras ante el pueblo. Unos hablan del Deuteronomio, otros del documento sacerdotal, otros del Pentateuco completo. Nosotros preferimos ver en el libro leído por Esdras la versión final de la Torah, que a partir de este momento adquiere ya un status canónico. Desde ahora será el libro de referencia para Israel, la “constitución” del pueblo judío.
Nehemías, por su parte, llevó a cabo una serie de acciones de tipo económico y político, orientadas a dar viabilidad social al judaísmo, como la reconstrucción de las murallas de Jerusalén o la regulación civil del shabbat. Para la reconstrucción de las murallas tuvo que superar la oposición frontal de los pueblos vecinos, sobre todo de Sanballat I, gobernador de Samaría y otros gobernadores vecinos.
En esta época empezamos a oír por primera vez acerca de una colonia judía establecida en Elefantina, una pequeña isla en el Nilo que contaba con una guarnición militar judía. Tenía un templo dedicado a YHWH, pero al parecer también se daba culto a El Betel y a Anath, lo cual indica que los judíos allí presentes podían provenir del Reino del Norte, y no habían aceptado la centralización del culto a YHWH en Jerusalén hecha por Josías.
La época de la historia que comienza va a estar determinada esencialmente por la Ley. Aunque por supuesto todas las leyes insertadas en Éxodo 25 o Números 10 no pertenecen a la época mosaica, hay una tendencia a atribuir a Moisés toda la legislación que se va elaborando posteriormente, del mismo modo como hay una tendencia a atribuir a Salomón todos los proverbios o a David todos los salmos. Cada género literario se relaciona con un gran personaje histórico que el iniciador del género.
Una comunidad humana en sus comienzos necesita sólo un pequeño número de leyes fundamentales. Pero cuanto más se desarrolla y diversifica esta comunidad, mayor necesidad hay de instituciones nuevas. Es exactamente lo que pasó en Israel. Cada vez que una nueva colección de leyes era articulada, era mucho más voluminosa que la precedente. La más vasta de todas es con mucho la ley sacerdotal, y esto mismo es lo que nos lleva a pensar que es la más tardía.
La ordenación religiosa en un momento en que Israel no existe como estado, se hacen tan importante que ejerce su influjo sobre toda la sociedad. El Judaísmo post-exílico es una comunidad religiosa estructurada en torno a la Ley.
B. La literatura bíblica en la época persa
1.- Los profetas de la reconstrucción
Los tres profetas de la reconstrucción, Ageo, Zacarías y Malaquías van a iluminar el panorama del regreso. Según parece la reedificación del Templo ordenada por Ciro avanzaba muy despacio e hizo falta un nuevo edicto real para emprender de nuevo los trabajos. Las obras del templo no se terminaron hasta el 515.
Ageo en su profecía lanza una llamada al trabajo. Muestra a las gentes de Jerusalén el contraste entre las expectativas y los modestos resultados, que han costado con todo inmensos trabajos. "Esperabais la abundancia y vino la escasez, pero si os dedicáis con ahínco a la construcción, veréis cómo Dios os bendecirá”.
Para Zacarías como para Ageo la salvación está ligada a la construcción del templo. El profeta resalta la figura de los hombres que dirigían entonces la comunidad, el príncipe Zorobabel, y el gran sacerdote Josué. Son los dos ungidos, los dos olivos, en los que Zacarías pone su esperanza.
En Zacarías encontramos por primera vez la espera de un Mesías político, de la casa de David, que devolverá a Israel su antiguo esplendor. Este anuncio del profeta no pudo ser realizado en su tiempo.
Malaquías es el último profeta cuya obra nos ha sido conservada. El libro ha sido publicado hacia el 470, cincuenta años después de Ageo y Zacarías. En la misma línea que ellos, su mensaje se refiere al culto y a los asuntos cultuales, atacando a los que desprecian a Dios trayéndole ofrendas de una categoría inferior. En su libro se puede constatar ya la lucha que comienza entre la fe y la increencia, y la división dentro del pueblo de Dios que dará lugar pronto a sectas diferentes dentro del Judaísmo.
2.- La obra del Cronista
Los libros de las Crónicas, de Esdras y de Nehemías, que muestran una clara unidad de estilo y de pensamiento, se conocen en su conjunto como “la obra histórica del cronista” y fueron compuestos hacia el final de esta época. Si los comparamos con la “historia deuteronomista” (libros de los Jueces y de los Reyes), podemos observar cómo los libros de las Crónicas omiten toda referencia al reino del norte, y también cómo se han suavizado muchos acontecimientos “embarazosos” de la vida de David y de Salomón. Todo el interés del relato se centra ahora en el rey David, presentado como el organizador de la religión de Israel y como el modelo ideal de lo que debe ser el sumo sacerdote, o incluso el judío en general.
La obra del cronista es una historia genealógica, organizada, inspirada en la mentalidad sacerdotal, según la cual el ámbito de lo divino –cuya expresión suprema es el templo de Jerusalén- es el lugar del orden, y fuera de él reina el caos. La convicción de fondo es que Dios es señor de todo, de la naturaleza y del hombre, y que él rige la historia con una equidad infalible. Se advierte en estos libros un concepto muy “material” de la virtud y del pecado (seguir el orden divino o conculcar ese orden), y una idea casi mecánica de la retribución: no hay buena acción que no reciba su premio, ni falta que quede impune.
Como reacción a esta teología de la estricta retribución se escribieron también en este período (siglo IV a.C.) tres libros muy interesantes: Rut, Jonás y Job. El delicioso libro de Rut presenta a esta mujer, una extranjera, como digna de ser admitida en el pueblo elegido, dando a entender que el ser judío no depende de la tierra en que se ha nacido, sino de la orientación del corazón a Dios; toda la narración es un canto a la solidaridad y al amor que se arriesga. El libro de Jonás, que hace gala de un saludable sentido del humor, subraya la universalidad de la misericordia de Dios (compadecido de los habitantes de Nínive, muy en contra de la visión teológica exclusivista de Esdras y Nehemías. El libro de Job, por último, al ahondar en la problemática del justo sufriente, plantea de manera palmaria la insuficiencia de la teología de la retribución automática.
Es interesante comparar el mensaje religioso de estos tres libros con el que transmite la obra histórica del cronista: así, frente al empeño sacerdotal por reconstruir las murallas de Jerusalén y por custodiar las “esencias” del judaísmo, Dios envía a Jonás a profetizar en Nínive; frente a la presentación de David como el modelo del “judío puro”, el libro de Rut nos recuerda que su bisabuela era moabita; frente a la ilusión de un mundo en el que todo está ordenado por la justicia divina, nos encontramos cara a cara con el escándalo de Job, el justo doliente.
Pero sin duda el acontecimiento más importante de la época que tratamos, de cara a la configuración de la Biblia, es la redacción definitiva de la Torah, realizada por los sacerdotes judíos de Babilonia. Ya dijimos que probablemente es esta edición final de la Torah la que fue leída solemnemente por el sacerdote Esdras en Jerusalén. La evolución textual de estos cinco libros es muy compleja; no obstante, conviene dar algunas indicaciones sobre la hipótesis documentaria, que, aunque discutida, es la teoría más sólida que tenemos sobre cómo se elaboró, a lo largo de los siglos, lo que llamamos el Pentateuco.
La base más primitiva del Pentateuco es el llamado documento Yahvista, que Von Rad databa en la época de Salomón, aunque fue recibiendo sucesivas relecturas a lo largo del período monárquico. Otros prefieren hoy dar una fecha más tardía al Yahvista. Durante mucho tiempo se defendió la existencia de un documento llamado Elohista, que hoy casi ningún crítico admite; lo que sí hubo probablemente fue una relectura del Yahvista en el reino del norte, con las peculiaridades propias de esta zona (tradiciones de los santuarios locales, influencia de los profetas). Es posible que, después de la caída de Samaría (722), se unificaran las relecturas de J hechas en el norte y en el sur en un único documento Jehovista (JE) que sería conocido por los redactores del Deuteronomio.
Después de la caída de Jerusalén, los sacerdotes desterrados en Babilonia hicieron una nueva lectura de JE y D, añadiendo elementos de su propia tradición (como la ley de santidad), hasta configurar una obra unitaria, que es la que Esdras presentará al pueblo a finales del siglo V a.C. como la Torah. Entre tanto, en Jerusalén, la escuela deuteronomista había hecho también una relectura de JE y D y de los relatos existentes sobre las etapas de los jueces y los reyes. La primera parte de esta “historia deuteronomista” fue desechada, pero la segunda (Josué, Jueces, 1y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes) se incorporó a la Biblia (no a la Torah sino a los Nebi’im), formando los llamados “profetas anteriores”.
Otra importantísima contribución a la literatura bíblica en esta época es la relectura y reedición de obras anteriores. Muchos añadidos a los libros proféticos así como a los Salmos y Proverbios pueden fecharse en esta época. J. Vermaylen ha distinguido dos líneas teológicas principales que presiden esta reelaboración.
Una es la “teología del pequeño resto” que elabora el núcleo primero del libro de Job, Rut, Jonás, Lamentaciones, Cantar de los Cantares y algunos añadidos al libro de Isaías y de otros profetas.
La teología del pequeño resto constata la situación precaria y miserable de la comunidad y el silencio de Dios. Lo atribuye al pecado del pueblo e invita a la conversión. El sufrimiento es una disciplina para la conversión, y la prueba tiene una duración limitada. Los sufrimientos pueden tener un sentido positivo, si se aceptan sin rebeldía. Los oráculos del Siervo de YHWH encuentran su lugar en esta teología. No se centra en el Templo ni en la liturgia. El culto no basta para asegurar la salvación. Tampoco se valoran las mediaciones políticas u organizativas de cara a la salvación, que se espera únicamente de Dios. La propia comunidad es la ungida y el lugar donde se ejerce la Realeza de YHWH.
Tiene una visión menos etnocéntrica y más abierta hacia los otros pueblos, que también son llamados a entrar en el plan salvador de Dios. La línea divisoria entre buenos e impíos, no es la que separa a Israel y al resto de los pueblos. También en Israel hay pecado, y también en los otros pueblos hay capacidad de conversión.
Otra línea teológica diversa es la de “los Pobres de YHWH”, de carácter más radical. En este ámbito se edita la obra del Cronista y se hace la edición definitiva del Pentateuco, y abundantes adiciones a otros libros proféticos. Muchos de los Salmos de confianza, y los salmos del inocente perseguido se redactan conforme a este espíritu. Esta facción se considera a sí misma pura e irreprochable. Reedita el libro de Jeremías, identificándose con el drama de este profeta inocente. Reedita el libro de Job subrayando su inocencia. Llama a la radicalidad en la oposición a los impíos, en la fidelidad a la identidad de Israel frente a los otros pueblos, en el rechazo de los matrimonios mixtos, en la afirmación valor salvífico de la liturgia y del Templo. La comunidad piadosa sufre el martirio a manos de los impíos. El cese del sufrimiento no depende de la conversión del pueblo, ya que éste es inocente, sino de la victoria de YHWH sobre los perseguidores en una intervención fulgurante. El templo es el centro del culto y el lugar de la salvación. La salvación está en el linaje davídico, el la figura de un Mesías regio junto al sacerdocio aaronítico.
Esta actitud favorece el inmovilismo de la comunidad y la pasividad en su oposición a los impíos, ya que toda la esperanza está puesta en la acción divina salvadora. Corre el peligro de caer en el fatalismo al estar totalmente dependiente de las intervenciones divinas, pero su espera se hace cada vez más impaciente.
Al final de la etapa persa tenemos, pues, una parte importante de la Sagrada Escritura ya constituida como tal. La dispersión del pueblo judío (“diáspora”), que irá en aumento hasta el final de la Antigüedad, provoca que cada vez sea más difícil hacer relecturas consensuadas de los textos, por lo que estos tienden a partir de ahora a fijarse y a no incorporar ya nuevas modificaciones.

El Imperio Asirio y sus implicaciones en la historia Bíblica


Juan Manuel Martín-Moreno
A. La ruina del Reino del Norte
1.- El imperio asirio y sus sucesivas llamaradas
Podemos comparar el imperio asirio con un horno que intermitentemente emite grandes llamaradas, pero después no deja sino brasas. Entre 1350 y 600 a.C. El horno asirio estuvo siempre encendido y preparado para emitir una nueva llamaradas de esas que eran capaces de incendiar todo el Oriente.
Se trata de un pueblo semita de la Alta Mesopotamia, en las márgenes del río Tigris. Han pasado a la historia como símbolo de violencia y crueldad. Construyeron su imperio sobre la masacre, la tortura, el genocidio y las deportaciones en masa. Su arma más importante era el pánico que su solo nombre inspiraba a sus enemigos.
Estas masacres se combinaban con "juegos" más inocentes como la caza de los leones, el deporte favorito del rey y de toda la corte, según ha quedado reflejado en los maravillosos relieves de los palacios asirios que han salido a la luz en las excavaciones. La arqueología asiria ha sido una de las que ha tenido resultados más gratificantes.
Las primeras llamaradas han tenido lugar en los siglos XIII y XI, pero duraron muy poco, y en ningún caso llegaron hasta el país de Canaán. En la época de Jehú, rey de Israel (850), parecía llegada la hora de los asirios para su expansionismo. Salmanasar III extendió su poder a todo el Oriente. En el obelisco negro podemos ver al rey samaritano Jehú, humillado a los pies del rey asirio. Pero fue todavía una falsa alarma, y el horno se enfrió una vez más.
Es finalmente hacia el año 750 cuando llega definitivamente la hora de la vocación imperialista de Asiria. Esta vez la llamarada va a abrasar todo el Creciente Fértil. Asiria, por vez primera en la historia universal, va a fundar un imperio que abrace toda la Mesopotamia, la Siria, la Palestina y Egipto.
La hegemonía de Asiria marca el fin de lo que hemos llamado el largo "vacío de poder" en el Creciente Fértil. Este vacío de poder duró casi cinco siglos (XIII-VIII) e hizo posible la existencia de pequeños reinos independientes. Pero a partir del siglo VIII ya no habrá lugar para pequeños reinos independientes, como había sido el de David, o los de Judá e Israel. Sólo caben grandes imperios universales que se irán sucediendo unos a otros: Asiria, Babilonia, Grecia, Roma...
El autor del renacimiento asirio en el s. VIII fue Teglatfalasar III (745-727). En 743 Teglatfalasar apareció en Siria y conquistó una tras otra todas las ciudades arameas. Salmanasar V (726-722) y Sargón II (721-705) completaron la ocupación de toda la Palestina. Assarhaddon y Assurbanipal (680-621) conquistaron Egipto, llevando así el imperio asirio a su máxima expansión.
2.- La guerra siro-efraimita
La desaparición del reino de Israel veinte años después del próspero reinado de Jeroboán II exige una explicación. Parece que la desastrosa política de los últimos reyes de Israel basta para explicar la caída de la capital y la desaparición tan rápida del reino
Rehusando reconocerse vasallos de Asiria, los reyes Pécaj y Oseas intentaron orquestar una política antiasiria que estaba condenada al fracaso. Durante los últimos 25 años del reino de Samaría, hubo siete reyes distintos. De entre ellos cuatro fueron asesinados, y un quinto murió en el exilio. Había en Israel un partido pacifista que quería aceptar el vasallaje y pagar tributo. Pero el partido belicista intentó hacer frente al enemigo por medio de alianzas con otros pueblos para formar un frente común. En la corte todo eran complots e intrigas.
Los crímenes y la opresión de la aristocracia samaritana había debilitado el sentido de solidaridad en el país. El lujo de los palacios de marfil había resquebrajado los valores tradicionales. La fe yahvista corrompida por los cultos de Baal no podía ser el aglutinante para una cruzada de salvación nacional. Faltaban jefes capaces de guiar al pueblo en aquella hora de prueba. Cada relevo de gobierno dirigía el barco más directamente contra los escollos. Israel estaba perdido.
El partido belicista liderado por el rey Pécaj hizo alianza con el rey de Damasco para formar una alianza antiasiria. Para reforzarla, Israel y Damasco quisieron obligar al reino de Judá a unirse a ellos. El rey de Damasco Rasón, un usurpador, parece ser el líder de dicha coalición antiasiria. Su objetivo era crear una “Gran Siria”, extendiendo su hegemonía sobre Israel y sobre Judá y aliándose también con los filisteos y los fenicios. Esta Gran Siria, en la mente de Rasón, sería la única alternativa válida a la política imperialista de los asirios.
Cuando el rey de Judá rehusó adherirse a la coalición, los aliados de Israel y Damasco decidieron poner sitio a Jerusalén, para deponer al joven rey Ajaz y colocar en su trono a un rey antiasirio de su propio gusto, el hijo de Tabel, lo cual hubiese supuesto la aniquilación de toda la familia real, de toda la casa de David..
Esta guerra, conocida desde Lutero como la “guerra siro-efraimita”, es el marco del libro de Emmanuel del profeta Isaías. El nacimiento en Jerusalén de un príncipe -¿el futuro rey Ezequías?- es el signo que Dios dio al rey Ajaz para persuadirle a seguir la política que el profeta Isaías le indicaba (Is 7,10-17). No tengas miedo y confía en Dios, porque ese niño que te va a nacer no va a ser exterminado por tus enemigos. Crecerá y vivirá a ser un rey, y antes de que tenga uso de razón, los enemigos se habrán retirado sin hacerte daño.
La política de Isaías fue siempre no hacer alianza con los pueblos extranjeros y no someterse a ellos. Isaías favorecía más bien una política puramente defensiva reforzando los baluartes de la ciudad, y sobre todo reforzando la confianza en el Dios de la alianza.
Ajaz de Judá no quiso aliarse con Rasón de Damasco, pero, rechazando también los consejos de Isaías, pidió ayuda a los asirios para defenderse de la coalición siro-efraimita que lo amenazaba. Teglatfalasar III regresó a la escena y conquistó Tiro y Damasco (732 a.C.).
Teglatfalasar confirmó en el trono de Samaría a Oseas, que acababa de asesinar a Pécaj. Deportó a muchos israelitas y anexionó las provincias del norte del reino de Israel, la Galilea y la Transjordania. Israel vio su territorio reducido prácticamente a la montaña de Samaría. Fue el principio del fin para el reino de Samaría, pero fue el comienzo de una época de florecimiento para Judá que gozaba del patronazgo de los poderosos asirios y pudo así aprovecharse de la ruina de sus vecinos.
3.- La caída de Samaría (¿722?)
Pécaj fue asesinado por Oseas y éste se hizo con el poder en Samaría. De momento pareció someterse a los asirios, pero pronto buscó un apoyo en Egipto, poco después de la muerte de Teglatfalasar III en 727. Los reyes vasallos soñaban con sacudirse el yugo asirio, y reclamaron la ayuda de los egipcios que también se sentían amenazados.
En las inscripciones dos reyes asirios diversos se atribuyen la toma de Samaría, el rey Salmanasar V y el rey Sargón II. El primero metió en prisión al rey Oseas. Privada de rey Samaria era una presa fácil. Salmanasar V murió al parecer poco después de la toma de Samaría, o durante el sitio de la ciudad.
El sitio de Samaría duró tres años. Parece que la ciudad no fue destruida completamente, pero sus habitantes fueron exiliados en tiempo de Sargón II. En un documento conservado Sargón II se precia de que reconstruyó la ciudad y la dejó más hermosa que antes. Una parte de la población continuó viviendo en la ciudad y desarrollando sus oficios. La ciudad se convirtió en un centro administrativo asirio dirigido por un gobernador y con la obligación de pagar un tributo anual. Se trata de la provincia asiria de Samerina.
Pero en adelante la ciudad de Samaría ya no será capital de un reino. Muchos pobladores fueron traídos por los reyes asirios para colonizar la tierra. Traerían sus propios dioses, pero adorarían también a YHWH, el dios local de la nueva tierra donde se asentaban. Parece ser que algunos de los templos yahvistas continuaron existiendo al menos hasta la época de Josías que destruyó el templo de Betel (2 R 23,25).
B. Judá durante la crisis asiria
1.- El rey Ezequías como signo del futuro Mesías
Ya hemos visto cómo el reino de Judá vivió la gran crisis del expansionismo asirio en el momento de la guerra siro-efraimita. El rey Ajaz tomó el partido de los asirios y no se dejó arrastrar a la alianza de Samaría y Damasco. Una inscripción de Teglatfalasar lo cuenta entre los tributarios del rey asirio. Pero al hacer alianza con los asirios desobedeció el consejo que le había dado el profeta Isaías. Jerusalén quedó abierta a las influencias religiosas venidas de Asiria y el rey Ajaz se hizo responsable de un sincretismo religiosos. "Hizo pasar a su hijo por el fuego, según las costumbres abominables de las naciones que YHWH había arrojado delante de los israelitas. Ofreció sacrificios de incienso en los lugares altos, sobre las colinas y bajo todo árbol verdeante" (2 R 16,3-4). Ya nos hemos referido anteriormente a su postura durante la guerra siro-efraimita.
Se ha solido ver en el pequeño príncipe que nació durante la invasión de los confederados al futuro rey Ezequías, que será el prototipo del rey piadoso. La Biblia que juzga a las personas sólo desde su ángulo religioso, ha censurado la impiedad de Ajaz contrastándola con la piedad de su hijo Ezequías. Pero desde un punto de vista estrictamente político hay que reconocer que la política de Ajaz de alianza con los asirios llevó a Judá a un período de un inusitado esplendor. Mientras que antes Judá era sólo un reino insignificante con una pequeña capital, es sólo ahora cuando Jerusalén dobla su tamaño, y Judá, el único estado leal a los asirios, se vio recompensado por ellos con una gran magnificencia.
En cambio la política de Ezequías fue desastrosa para Judá desde el punto de vista político. Es verdad, como señala la Biblia, que logró salvar a la ciudad de Jerusalén, pero a costa de ver destruido todo el territorio y perder gran parte de la hegemonía conseguida por su padre.
Porque efectivamente Ezequías había cambiado completamente la política de su padre Ajaz para seguir una política personal y reformadora. "Fue él quien suprimió los lugares altos y rompió las estelas y lugares sagrados, y quebró en pedazos la serpiente de bronce que Moisés había fabricado. Es en el Dios de Israel en quien puso su confianza" (2 R 18,4).
Judá acogió en Jerusalén a los refugiados que huían de Samaría, y traían sus libros y las tradiciones peculiares del Reino del Norte, o sea los relatos de las tradiciones elohísta y deuteronomista que van a enriquecer la herencia cultural y religiosa de Judá.
Esta reforma religiosa y la purificación de los ritos asirios introducidos por Ajaz equivalían a una declaración de guerra. Los asirios bajo Senaquerib prepararon la campaña contra Judá. Mientras el enemigo se acercaba, Ezequías se apresuró a fortificar su capital con nuevos muros y torres. Para asegurar el suministro del agua perforó en la colina del Ofel un acueducto encontrado por los arqueólogos. En dicho acueducto apareció una inscripción bien conocida que nos narra el modo cómo fue construido el túnel (Is 22,8-14; 2 Cr 32, 2-5, 30).
Senaquerib tomó todas las plazas fuertes de Judá y encerró a Ezequías en Jerusalén "como un pájaro en la jaula". La campaña de Senaquerib nos es narrada con detalles en el prisma hallado en Nínive. Según este prisma, Ezequías tuvo que pagar un pesado tributo y ver su territorio invadido y saqueado. En adelante reinará sobre una mínima parte de Judea. Pero la Biblia subraya que Senaquerib no pudo tomar la ciudad de Jerusalén. Este fracaso del enemigo había sido ya anunciado por Isaías (Is 29,1-8). Una plaga hizo estragos en las filas asirias (2 R 19,35). Algunos han visto aquí un paralelismo con la información de Herodoto que habla de una invasión de ratas que detuvieron el avance de Senaquerib camino de Egipto. ¿Pudo tratarse de la peste? La Biblia nos dice que "el ángel de YHWH vino y golpeó el campamento asirio matando a 185.000 hombres. Por la mañana al despertarse, no había más que cadáveres" (2 R 19,35). Otros piensan que el ángel del Señor fue un ejército egipcio capitaneado por el príncipe Tirhaqa, que habría obligado a los asirios a levantar el sitio atrayéndoles hacia la batalla de Eltekeh donde hubo una gran mortandad por ambas partes.
No resulta fácil concordar los detalles bíblicos con los detalles del prisma de Senaquerib. Cada documento cuenta esta campaña desde su propia perspectiva. Hay datos en la misma Biblia para pensar que, a pesar de la salvación de Jerusalén, esta campaña no fue tan gloriosa, sino que llevó a la destrucción de Judá y sus ciudades y al pago de un tributo al final de la campaña. El territorio de Judá quedó muy reducido a la montaña en torno a Jerusalén.
Por otra parte la estela asiria, aunque se gloría de que Senaquerib sometió y destruyó a Judá, y acabó consiguiendo un tributo de Ezequías, reconoce que no pudo entrar en ella, sino que se limitó a sitiarla.
Una cosa clara es que al menos la ciudad de Jerusalén no fue tomada por los asirios y no fue destruida. La teología oficial consideró que este fracaso de Senaquerib confirmaba la inviolabilidad de la ciudad según la teología política de David y de la alianza con su dinastía. Cuando un siglo después los babilonios pongan sitio a Jerusalén, los judíos recordarán el fracaso de Senaquerib y esta memoria histórica será uno de los motivos más fuertes de los partidarios de resistir hasta el final. Jeremías, que amenazaba con la próxima ruina de Jerusalén, fue considerado como hereje porque negaba el dogma básico sobre el que se asentaba la estabilidad de la monarquía davídica y minaba a sí la moral de los ciudadanos sitiados.
2.- Los Profetas del s. VIII
Los profetas de Israel no aparecen como estrellas aisladas, sino en constelaciones. La gran crisis asiria del siglo VIII verá el nacimiento de un nuevo tipo de profetas en Israel: los profetas escritores que se suceden en tres constelaciones principales: el grupo del siglo VIII, el grupo de la transición del VII al VI, y el de la época persa (Podríamos añadir un grupo previo desde el punto de vista cronológico, el de los profetas del siglo IX de la crisis baalista y las guerras arameas, pero no lo consideramos aquí porque no se trata de profetas escritores).
Entre los profetas del s. VIII hay dos que ejercieron su ministerio en el norte (Amós y Oseas) y dos que lo ejercieron en el sur (Isaías y Miqueas). La profecía llegó en su momento debido. Los profetas no aparecen indiscriminadamente en cualquier momento de la historia, ni a intervalos regulares. La aparición de los profetas tiene lugar en los momentos de crisis y en los puntos de inflexión de la historia.
La primera generación de profetas escritores (del 750 al 700) es la que vio al imperio asirio en la cúspide de su poder. Los dos sucesos más importantes de este período son la caída de Samaría (722) y el sitio de Jerusalén durante la invasión de Senaquerib (701).
Amós es el primero de los profetas escritores. Surge en un momento en que el peligro no era todavía evidente, durante el período de prosperidad de Jeroboán II, como un rayo en mitad de un cielo azul. El lujo de la aristocracia había creado una nueva clase de pobres a quienes se explotaba de una forma vergonzosa. Sus diatribas contra la corrupción del culto y el desprecio del derecho fueron tan virulentos, que suscitaron la hostilidad del rey de Samaría y el sacerdote de Betel. Este profeta forastero, venido del sur venía a perturbar su exaltación ilusoria. No era un "profesional" de la profecía, pero se sintió llamado por Dios a ser un infatigable defensor de la alianza ancestral y todas sus exigencias éticas.
Oseas es contemporáneo de Amós y su actividad se prolongó hasta los últimos años del reinado de Samaría. Denunció las mismas iniquidades, pero insistió más particularmente en la corrupción religiosa de un culto contaminado por las prácticas cananeas. Debe vivir en su persona el proceso de Dios con su pueblo, casándose con una prostituta sagrada y experimentando el horror de Dios por estas prácticas, pero experimentando también el amor y el sufrimiento de Dios que es fiel en su amor gratuito.
Isaías (el primer Isaías: cap. 1-39) tuvo una larguísima actividad en Jerusalén. Domina toda su época. Los reyes le consultan y le temen. Tiene acceso directo a la corte y sigue muy de cerca la política internacional. Su libro refleja las distintas fases de su actividad. Como sus antecesores recurre con un arte consumado a una gran variedad de formas literarias, denuncias, lamentaciones, meshalim, para hacer oír su amenaza de un castigo por la alianza rota, su mensaje de fe en Dios en medio de las sacudidas de la historia, y de esperanza en su triunfo definitivo.
Fuertemente asido a la convicción de que las promesas hechas a David sobre la eternidad de su dinastía y la inviolabilidad de Sión son válidas, anuncia que la monarquía, a pesar de sus indignos representantes, acabará desembocando en el reinado de un príncipe perfecto que hará reinar la paz y la sabiduría.
Miqueas, contemporáneo de Isaías y profeta del sur como él, comparte su denuncia del escándalo de la riqueza, la crítica del sincretismo y de la falsa seguridad religiosa, y la llamada a volver a Dios. Comparte también con Isaías la esperanza en la venida de un príncipe salido de la dinastía de David.
La profecía es la palabra del mensajero de Dios, que retiñe a la hora de la decisión y acompaña al pueblo de Dios a lo largo de la historia. Nos muestra que la historia no es producto del azar. Detrás del drama que se está representando en un pequeño rincón de Palestina, se desarrolla el drama de la historia universal en el designio de Dios que se sirve del pequeño pueblo de Israel.
Los libros de los profetas se han ido escribiendo como las catedrales. Generaciones enteras han trabajado, han aportado materiales de estilos distintos. Cada libro profético ha pasado por un período de crecimiento, antes de recibir la forma en la cual nos ha sido transmitido.
Cada vez más se considera que los profetas son los creadores del Yahvismo tal como lo conocemos hoy día. La historia deuteronomista, llevada de su ideología particular, tiende a periodificar la historia, en una primera etapa de Yahvismo puro (Moisés, David, Salomón…), una etapa de contaminaciones idolátricas (reyes de Judá y de Israel) y una última etapa de purificación del Yahvismo a cargo de los profetas.
Esta lectura de la historia tiende a retroproyectar en el pasado una etapa ideal de Yahvismo puro que probablemente nunca existió. El Yahvismo nació al principio como un henoteísmo, es decir la decisión de dar sólo culto a un Dios, el dios de la nación, de los padres, del desierto, del arca, de los ejércitos. No se niega que existan otros dioses, pero el Yahvismo decide dar culto sólo a uno.
Durante la etapa de los jueces y de la monarquía, no existe todavía un Yahvismo como religión única del estado. Junto al templo a YHWH en Jerusalén hay otros templos a YHWH en muchos otros lugares. En Arad han descubierto los arqueólogos un templo de estas características, que estuvo en uso durante los siglos IX y VIII a.C. Junto con los diversos templos a YHWH, encontramos otros lugares altos consagrados a deidades agrícolas con ritos de fertilidad.
El Yahvismo radical entendido no ya como simple henoteísmo, sino como monoteísmo, parece ser mas bien la creación de los profetas, a partir de Elías y Eliseo que van a radicalizar la fe y el culto a YHWH rechazando cualquier otra deidad o cualquier otro culto. Este Yahvismo se va consolidando gracias a las reformas de Ezequías y Josías, pero sólo triunfará definitivamente a partir del destierro.
Los oráculos de los profetas fueron pronto coleccionados y puestos por escrito que han visto sucesivas ediciones corregidas y aumentadas. Algunos de los oráculos no parecen ni siquiera ser de la época de los personajes históricos a quienes se atribuyen. En cualquier caso los libros bíblicos tal como los conocemos ahora serán todavía resultado de muchas revisiones de los oráculos proféticos originales. Es muy frecuente atribuir uno de estos estratos redaccionales al mismo redactor deuteronomista que redactó también la historia sagrada de los profetas anteriores.
C. El reino de Judá en el siglo VII
1.- La política internacional en el s. VII
Durante la primera mitad del s. VII -Assarhaddon y Assurbanipal-, Asiria está en su apogeo. Los ejércitos asirios atraviesan la costa palestina para atacar a Egipto, tomar Menfis en 671, y después Tebas en 664. El faraón Tirhaqa pierde su reino ante los invasores y Egipto queda conquistado
Sin embargo este gran imperio asirio se va a venir abajo en 20 años como un castillo de naipes. Entre el momento de la máxima expansión a la muerte de Assurbanipal (632 a.C.) hasta la caída de Nínive (612) pasan sólo 20 años.
Inmediatamente después de la muerte de Assurbanipal una formidable coalición se forma contra los asirios. Psamético I, faraón de Egipto, se hace independiente e instaura en Sais una nueva dinastía, dinastía XXVI o Saíta. Babilonia renace bajo la guía de Nabopolasar, y Media surge como un estado joven de gran futuro. Las tres potencias van a unir sus fuerzas para dar a Nínive el golpe definitivo. La capital fue tomada en el año 612 y fue destruida tan completamente que su sitio permaneció ignorado hasta el siglo pasado. Tan grande era el odio que los asirios habían suscitado entre sus vecinos. Este sentimiento de odio se refleja en la profecía de Nahum, que anuncia con alegría la caída de Nínive.
Con la caída de Asiria los conquistadores van a repartirse los despojos. Pero pronto se hace evidente que nadie se contenta con un reparto. Los tres quieren cada uno reemplazar a Asiria como potencia preponderante. Tras la caída de Nínive aún subsistió dos años un débil estado con un nuevo rey, Assur-Ubalit II.
En este momento el faraón Nekao cambia de política y acude a sostener en el campo de batalla a esa Asiria ya agónica, para conservarla como un amortiguador entre Babilonia y Egipto. Para ello entra en Israel con un gran ejército y se dirige hacia Mesopotamia. El rey de Judá Josías, siempre fiel a su política de independencia, intenta cerrarle el camino, y se hace derrotar y matar en la batalla de Meguido (609). La Biblia nos da una doble versión de la muerte de Josías. En 2 R 23,29 dice que Josías salió al encuentro de Nekao en Meguido. Algunos lo interpretan como si Nekao hubiese convocado a Josías para que le rindiese vasallaje y luego lo mató a traición. En cambio en 2 Cr 35,22 no cabe duda de que Josías salió al encuentro de Nekao con un ejército y libró con él una batalla en la que fue muerto. Algunos prefieren la primera interpretación del libro de los Reyes, por ser un relato más antiguo, y porque parece poco verosímil que Josías pudiese juntar un ejército capaz de enfrentarse con el inmenso ejército del Faraón en campo abierto
Nekao no llegó a tiempo para salvar a los asirios de su total ruina, y se tuvo que retirar. Los asirios desaparecieron para siempre de la historia y sus despojos fueron repartidos entre Medas y Babilonios. En 605 se libró la batalla decisiva entre el faraón Nekao y los caldeos en Carquemis. Al frente de los caldeos había un joven príncipe, Nabucodonosor, que va a infligir la más severa derrota a los egipcios. Poco después de la batalla Nabucodonosor sucedió a su padre como rey en
2.- Judá bajo Manasés (687-642 a.C.)
Hemos visto cómo Ezequías con su extraordinaria fe en Dios pudo salvar Jerusalén de la conquista y la destrucción. Sin embargo no cabe duda de que el propio Ezequías tuvo que someterse a los asirios tarde o temprano. Así nos lo asegura el prisma de Senaquerib, y así lo reconoce el libro de los Reyes que nos cuenta el tributo que tuvo que pagar Ezequías en talentos de oro y plata. Aunque en la narración del libro de los Reyes este tributo se nos cuenta antes de la campaña de Senaquerib (2 Re 18,14-16), es más verosímil que tuviera lugar al final de la campaña, porque si no, se entiende por qué Senaquerib hubiese combatido contra un país ya sometido.
En cualquier caso lo que es cierto es que Manasés, el hijo de Ezequías, se mantuvo sometido a los asirios durante todo su larguísimo reinado.
De Manasés el libro de los reyes no tiene más que cosas malas que contar. Se entregó a todas las formas de idolatría imaginables, y abolió todas las reformas de su padre. Se nos pinta como un soberano lleno de violencia que derramó sangre inocente en gran cantidad. Su reino fue el más largo de todos los de los reyes de Judá: cincuenta y cinco años.
Es probable que durante este medio siglo Judá no fue sino una provincia Asiria, con una independencia puramente nominal. Si no, no se puede comprender cómo Manasés pudo tener un reino tan largo y tan tranquilo en medio de la total hegemonía asiria en la primera mitad del s. VII. 2 Crónicas 33, 11-17, añade un episodio claramente legendario según el cual Manasés, tras un conato de rebelión, fue llevado cautivo a Babilonia, donde se convirtió, y al regresar como rey a Jerusalén purificó el templo de residuos idolátricos. Esta tradición dio pie a un libro apócrifo: La oración de Manasés.
Su hijo Amón fue asesinado al cabo de dos años de reino (642-640). Los conspiradores fueron a su vez ejecutados por el pueblo de Judá, y el hijo de Amón, Josías subió al trono.
3.- La reforma religiosa de Josías (640-609)
Josías se convirtió en rey de Israel a la edad de 8 años. La regencia fue ejercida por los generales. Bajo Josías Judá conoció una nueva y última vez una etapa feliz no desprovista de grandeza. La obra capital de su reino fue la reforma religiosa por la que Israel volvió a los fundamentos de la fe y de la alianza.
La reforma sólo fue posible después de sacudir el yugo asirio. Asiria estaba ya entonces en plena descomposición. Tras la decadencia asiria los territorios del antiguo reino del Norte eran res nullius. Por eso, mientras operaba la reforma del culto y de la vida social, Josías ensanchó las fronteras del país, recuperando para Judá gran parte de lo que había sido antiguamente el reino de Israel antes de la caída de Samaría. Muchos soñaron que el reino de David estaba reviviendo en su antigua gloria y primera pureza. Es la época del profeta Sofonías que invita al pueblo a regresar a un Yahvismo más puro.
En el año dieciocho del rey Josías (622 a.C.), en el curso de unas reformas arquitectónicas en el Templo, apareció un rollo “de la doctrina” o “de la alianza”. El rey, emocionado con este encuentro, quiso convertir este libro en carta constitucional del país, y prontuario de su gran reforma religiosa. Para muchos este libro de la ley en el que se basó Josías para su reforma fue la parte central del Deuteronomio, el código legislativo. Para algunos puede tratarse de un libro que procede de la época del reinado de Ezequías, que se había mantenido oculto durante el reinado del pérfido Manasés. Para otros puede tratarse de un libro recién compuesto.
El punto más importante de la reforma fue la centralización del culto en el Templo de Jerusalén. Todos los otros santuarios debían ser destruidos, porque el culto que se celebraba en ellos estaba impregnado de elementos extranjeros contrarios a la Ley. Los sacerdotes de los santuarios anulados fueron trasladados a Jerusalén, y reempleados al servicio del templo, quizás como clero menor.
Muy importante fue la decisión de centralizar la celebración de la Pascua en Jerusalén. A esta celebración fueron invitados también israelitas procedentes de las regiones del Norte recién libradas del dominio egipcio.
Junto con esta reforma del culto hubo una auténtica reforma social. En toda la ley deuteronómica hay una intensa preocupación social: liberación de los esclavos, repartición de las tierras, eliminación de los abusos por parte de los poderosos y de la corrupción de los tribunales.
Por eso fue tan terrible el shock que se produjo con la muerte de Josías y el fracaso de las esperanzas que su reforma había suscitado. Como ya vimos, el faraón Nekao se movilizó para auxiliar a la Asiria que ya se desmoronaba. El rey Josías se opuso a su paso a través del país de Judá, pero fue derrotado y muerto en Meguido. Con él se extinguió la renovación de la monarquía davídica. Quedarán todavía dos décadas hasta la catástrofe definitiva con la caída de Jerusalén y el fin de la monarquía de Judá.
La caída de Nínive y todas las expectativas que suscitaba la ruina del imperio asirio están recogidas en las profecías de Nahum y Habaquq.
4.- El Deuteronomio
El quinto libro de la Ley se presenta bajo la forma de un gran discurso que Moisés dirige al pueblo de Israel antes de que éste cruce el Jordán. Muchos piensan que este código legislativo está relacionado con el libro de la ley que apareció durante las obras en el Templo durante el reinado de Josías, y que jugó un papel tan importante en su reforma religiosa..
Casi con certeza, el libro de Josías no coincide exactamente con nuestro Deuteronomio actual. Hoy se piensa que el libro pasó por distintas etapas de composición. La última edición del Deuteronomio es postexílica e incluye una evaluación global que sólo pudo haber sido realizada a la luz del exilio (28,36-37; 29-30).
Se ha relacionado este libro con los profetas del Norte antes de la caída de Samaría, y sobre todo con el profeta Oseas, el profeta del amor de Dios. Pudo haber sido traído a Judá por levitas del Reino del Norte que huyeron de los asirios con motivo de la caída de Samaría (Alt), o haber sido compuesto por estos mismos levitas prófugos después de su asentamiento en el reino de Judá (Nicholson), o por escribas judaítas que utilizaron tradiciones del Norte.
Se discute mucho esta posible relación del libro del Deuteronomio con el Norte o con el Sur del país. Para otros muchos el libro está compuesto en Judá como legitimación del proyecto político del rey Josías que prevé la unificación del culto yahvista en Jerusalén y el desmantelamiento de los otros santuarios. El interés evidente que el autor del libro tiene por las tradiciones del Reino del Norte, más bien que reflejar el origen del libro, podría reflejar la vocación misionera de Josías que quiere atraer hacia su reino a los habitantes del Reino del Norte y ha integrado dentro de la tradición judaíta de la monarquía davídica jerosolimitana, algunas perspectivas samaritanas de justicia social, y de la teología de la alianza que limita el poder absoluto de la monarquía, sometiéndola a la ley mosaica
Otros en cambio creen que el Deuteronomio sirvió, no para limitar el poder de la casa real, sino para potenciarlo, extendiéndolo también al territorio del Norte, y limitando más bien el poder de los levitas.
La ley no tiene ningún carácter de amenaza o de estrechez. Es un camino abierto y hermoso que lleva a la vida. Uno puede lanzarse a avanzar por él con gozo y entusiasmo. La obediencia a Dios es siempre una decisión libre. La conclusión del Deuteronomio desemboca en una llamada a la libre decisión (30,11-20).
Todos los diversos mandamientos se reducen a un único mandamiento, que es al mismo tiempo un don: religarse a Dios en la confianza y la vigilancia y permanecer a la escucha de su palabra.
Martín-Moreno González, Juan Manuel, Historia de Israel, Universidad Comillas de Madrid.

Los Antecedentes del Exílio de Judá en Babilonia


Juan Manuel Martín-Moreno
A. La caída de Jerusalén
1.- Los últimos años de Judá (609-587 a.C.)
Durante los veinte últimos años del Reino de Judá, subieron al trono de Jerusalén cuatro reyes: tres hijos de Josías -Joacaz, Joaquim y Sedecías- y su nieto Joaquín. Cada uno de ellos era más débil que su predecesor.
Tras el desastre de Meguido llevaron el cadáver de Josías a Jerusalén. Pero el faraón hizo venir a Joacaz a su campamento en Ribla, y Joacaz murió como prisionero del faraón Nekao en Egipto, después de sólo nueve meses de reino.
Nekao puso como rey en su lugar a otro hijo de Josías, Joaquim. Cuatro años más tarde, como hemos dicho, el ejército egipcio fue totalmente aniquilado por el joven príncipe Nabucodonosor, general e hijo de Nabopolasar, rey de Babilonia, en la batalla de Carquemis. Toda la Siria y la Palestina cayó en poder de los babilonios. Días después de su victoria decisiva contra los egipcios, el rey Nabopolasar murió y el joven príncipe tuvo que regresar apresuradamente a Babilonia para asegurarse la sucesión de su padre.
El rey Joaquim y su corte se obcecaron en creer en las promesas hechas por Dios a la dinastía de David, pensando que seguían siendo válidas a pesar de la infidelidad del pueblo. Dios no podía fallar a sus promesas y el Templo era inviolable. Esta confianza ciega le llevó a favorecer la rebelión contra el omnipotente Nabucodonosor.
Y de este modo, contra los consejos del profeta Jeremías, Joaquim desafió a los babilonios y en 601 suprimió la obediencia y se volvió hacia su antiguo aliado, Egipto. Nabucodonosor envió su ejército y puso sitio a Jerusalén. El país fue completamente arrasado. Joaquim (Yehoyaqim) fue muerto, quizás fuera de los muros, y su cuerpo fue dejado sin sepultura (Jr 22,19). Su hijo Joaquín (Yehoyakin o Jeconías) subió al trono, pero debió capitular al cabo de tres meses. Los babilonios entraron en la ciudad, depusieron a Joaquín, y le enviaron cautivo a Babilonia con la reina madre, las mujeres, eunucos y dignatarios. En total 10.000 exilados, entre los cuales los obreros especializados, herreros y fabricantes de armas. Algunos miembros del clero, entre los cuales el profeta Ezequiel fueron también deportados.
Después de esta primera deportación Nabucodonosor puso en el trono a un "rey según su corazón", un tercer hijo de Josías, Sedecías, último rey de Judá. Sedecías era amigo de Jeremías y pertenecía al partido reformador.
El tributo que había que pagar era muy duro. Babilonia quedaba lejos y era muy impopular. En el Templo la fiebre iluminista se nutría de los recuerdos de la milagrosa liberación de 701 (Ezequías frente a Senaquerib) y de los rencores contra las expoliaciones de 597. El partido belicista arrastró al rey a la rebelión contra Babilonia, y le hicieron alejar a Jeremías, para dirigirse de nuevo a Egipto en búsqueda de alianzas.
Los ejércitos de Nabucodonosor asolaron el país. Pronto resistían ya sólo Jerusalén, Lakish y Azeqa (Jr 34,7). Las cartas escritas sobre ostraka del comandante de Lakish atestiguan la angustia de este momento.
Los caldeos hicieron brecha en el muro de Jerusalén en julio de 587. Sedecías intentó huir por el río Cedrón. Fue alcanzado en Jericó y conducido delante de Nabucodonosor que le sacó los ojos después de haberle hecho presenciar la masacre de sus hijos (2 R 25,7). El comandante babilonio hizo su entrada en la ciudad y la incendió. El pueblo tuvo que marchar al exilio.
2.- Jeremías, profeta de la contestación
Durante la primera generación del profetismo, la voz de los profetas resonó en el reino del Norte y del Sur. Lo que los profetas del Norte (Amós y Oseas) habían anunciado, se realizó. Samaría fue tomada, su población deportada en gran parte y el país se convirtió en una provincia asiria, poblada por colonos extranjeros.
Alrededor de un siglo más tarde, Jeremías profetizó en el reino de Judá la ruina del reino del Sur, la destrucción de Jerusalén y el fin de la dinastía davídica. También esta vez todo sucedió tal como Jeremías lo había anunciado varias décadas antes.
Hasta el final el pueblo y los reyes desoyeron las advertencias del profeta y la oferta de conversión. Su voz no fue escuchada y la catástrofe se produjo. La tarea del profeta que debió marchar al lado de su pueblo fue casi sobrehumana.
Lo consideraron un traidor, lo marginaron y despreciaron. Su vida y su obra se sitúan en una época de muchas convulsiones. A partir del año 627, el año de su vocación vio derrumbarse el imperio asirio, y fue testigo del comienzo del imperio neo-babilónico. Vivió el corto período en el que el rey Josías se liberó de los poderes extranjeros, reformó el culto y ensanchó las fronteras del reino. Después de la trágica muerte de Josías, Jeremías vio a Judá tensionado entre Egipto y Babilonia, al rey Joacaz depuesto por los egipcios, al rey Joaquim muerto fuera de la muralla, al rey Joaquín depuesto por Nabucodonosor. Finalmente fue testigo de la caída y destrucción de la ciudad.
Ese destino debió resultar muy duro para el profeta. Amaba la vida, buscaba la alegría de la sociedad, gemía bajo el fardo que le había sido impuesto de ser profeta de desgracias. Sabía que su sufrimiento iba a ser fecundo para otros, para todo el pueblo.
Su pasión comenzó desde el momento en que pronunció su discurso a la puerta del templo (Jr 7), atacando violentamente un culto formalista y la falsa seguridad de las gentes de Jerusalén. Se pronunció abiertamente contra el dogma supremo de la inviolabilidad del Templo y de la ciudad. Se le acusó desmoralizar al público y erosionar la euforia reinante en Jerusalén.
Pero a pesar de ser profeta de desgracias, tuvo siempre una última palabra de esperanza para Jerusalén. Tras la catástrofe, anuncia la restauración del pueblo en sus páginas de consolación, que se cuentan entre las más hermosas de todo el Antiguo Testamento.
B. Los cautivos en el destierro
1.- La situación de los exilados
La ciudad de Jerusalén fue completamente arrasada y el templo incendiado. En Judea sólo quedaron campesinos pobres en condiciones muy precarias (Jr 52; 2 R 24, 18-30). La destrucción de la ciudad nos es contada en detalle en 2 R 25 y Jr 52.
La parte más pobre de la población se quedó en el país. Numerosos judíos fueron dispersos; unos huyeron a Egipto (Jr 42-43) o a Transjordania (Jr 41,15); otros fueron deportados a Babilonia en número de unas 10.000 personas, que constituían la elite del país.
A pesar de lo ocurrido Nabucodonosor no quiso desarticular completamente las instituciones judías. Apoyándose en miembros del partido que había sido contrario a la rebelión contra Babilonia quiso reconstituir un simulacro de gobierno autónomo en la persona de Godolías, amigo de Jeremías. Godolías puso su capital en Mitspá y comenzó a restaurar el orden.
Desgraciadamente Godolías fue asesinado pronto por un tal Ismael, miembro de la familia real. Ante el temor de represalias por parte de Nabucodonosor, muchos judíos decidieron huir a Egipto y arrastraron consigo al profeta Jeremías, que era partidario de permanecer en el país. Judá pasó a ser una provincia del imperio babilónico.
El exilio de Babilonia es quizás la etapa más importante del pueblo hebreo. Podemos ver ahí la extraordinaria capacidad de supervivencia de Israel y su flexibilidad para adaptarse a nuevas circunstancias. ¿Cómo llevaron su vida en el exilio?
Una carta de Jeremías dirigida a los exilados después de la primera deportación da a entender que pudieron instalarse, construir edificios, cultivar la tierra (Jr 29).
El rey Joaquín en su exilio parece haber conservado su título real y una cierta corte a su alrededor. Al parecer los ancianos, sacerdotes, profetas, siguen asegurando la cohesión de los deportados. No están diseminados, sino concentrados en localidades reservadas para ellos, tales como Tel Aviv, al borde del río Kebar, donde Ezequiel se encontró con los exilados.
La vida religiosa continúa. Los ancianos pueden venir a consultar a Ezequiel (Ez 33,30). Entre los deportados hay escribas. Lanzándose a una gigantesca empresa, los medios sacerdotales consignan y completan las tradiciones que sostenían la fe. Es la gran obra de la fuente sacerdotal (P). Se carga el acento sobre el sábado, la circuncisión, la fidelidad a las reglas de la pureza alimentaria (Lv 2-14), y a las prácticas y signos de identidad que les impedían disolverse en el ambiente pagano.
Para los judíos más lúcidos van a plantearse dos preguntas: ¿cómo interpretar los acontecimientos que se han abatido sobre Israel desde el punto de vista de Dios? ¿Queda aún una esperanza para Israel? El esfuerzo de aquellos hombres conseguirá dar una respuesta a ambas preguntas. El Templo está destruido y el culto no es ya posible, pero Israel aprende a poner su
2.- La reflexión teológica
Los arietes de Nabucodonosor han demolido no sólo los muros de Jerusalén, sino también la teología oficial del Reino que se fundaba sobre el dogma de la alianza de Dios con la casa de David. El exilio es el fin de una era política, pero también de una interpretación de la alianza. La nación israelita muere para dar paso al Judaísmo, que representa no ya una nación, sino una comunidad religiosa.
Arrancados de su tierra los judíos van a vivir en la gran ciudad de Babilonia, donde van a quedar deslumbrados por el lujo, la cultura y el poder de los opresores. Pero su fe sobrevivirá milagrosamente gracias a los profetas que van a reinterpretar la teología de la alianza, haciendo ver que todo había sido ya previsto y anunciado por Jeremías.
Ezequiel y el Segundo Isaías hicieron ver que el desastre era previsible y no probaba nada contra YHWH. Podía ser integrado en el plan salvífico. Era un tiempo de purificación. Tras el cual la alianza iba a ser restablecida de nuevo con un Resto. Nabucodonosor no había sido sino el ejecutor de los proyectos de Dios, "el bastón de mi cólera, que agita mi furor" (ver Is 10,5 sobre Asur). No es que los dioses de Babilonia hayan sido más fuertes que el Dios de Israel. Los babilonios han sido utilizados por Dios como un bastón para castigar a su pueblo. Pero después de haber sido utilizado, este bastón va a ser arrojado al fuego.
Las promesas de Dios son renovadas con un resto que se va a constituir como comunidad religiosa. El aglutinante del pueblo judío ya no será la nacionalidad o la geografía. El nuevo Israel va a estar constituido por la adhesión a la Ley que trasciende a la geografía o al Estado. Judíos serán cuantos aceptan conformar su vida conforme a la ley del Señor, vivan donde vivan.
El Señor hace una nueva alianza con ellos dándoles un corazón nuevo (Ez 36,36; Jr 33,8), resucitándoles del sepulcro (Ez 37,12), reuniéndoles (Ez 34,12-14). La religión adquiere una dimensión más personalizada. La religación al Señor se hace mediante el compromiso personal de cada individuo. "El hijo no cargará jamás con la culpa de su padre, ni un padre con la culpa de su hijo. Al justo le será imputada su justicia, y al malvado su maldad" (Ez 18,20).
De hecho después del exilio ya no se hablará más de lugares altos ni de baales. La idolatría desaparece completamente de Israel. La experiencia purificadora del sufrimiento va obtener lo que los reyes mas piadosos no habían podido conseguir.
Es en el destierro donde la fe de Israel quedó acendrada y liberada de todas las escorias politeístas. Es en esta época, tras las grandes crisis políticas que llevan a la desaparición del reino del Norte y del Sur, a la pérdida de la tierra y a la destrucción del Templo, cuando se editaron y sacralizaron muchas de las tradiciones antiguas de Israel relacionadas con el desierto.
La situación de Moisés en el desierto se volvió emblemática como modelo para el pueblo Israel que tras el destierro tenía que vivir también sin monarquía y sin autonomía política en el propio país. Pero no importa, porque ya vivió así una vez antes de la conquista de la tierra, antes de la monarquía y antes de la construcción del templo. Israel espera tener en el futuro de nuevo una tierra, un rey y un templo, pero puede pasarse sin ellos y seguir dando culto en la movilidad del santuario del desierto a un Dios capaz de morar en lo provisional, siendo peregrinos en la propia tierra. Aquí, sin querer, estamos empalmando con el Nuevo Testamento y el Verbo plantando su tienda de peregrino.
3.- El segundo Isaías: anuncio de la liberación
No hay prácticamente discusión en torno a la paternidad de los capítulos 40-55 del libro de Isaías, comúnmente llamados el Deutero-Isaías o Segundo Isaías. No se trata del profeta Isaías que vivió en el siglo VIII a.C., sino de un profeta anónimo que ejerció su ministerio entre 550 y 520, los últimos años del imperio babilonio. Representa la cima de todo el Antiguo Testamento. Nos deja oír seiscientos años antes la voz del evangelio.
Si los oráculos de la primera parte de Isaías eran sobre todo amenazantes, los de la segunda parte son mensajes de consuelo: "Libro de la consolación de Israel". El estilo es muy hermoso, pero más oratorio y ampuloso. El pensamiento está construido de una forma más teológica. La inexistencia de los falsos dioses se demuestra por su impotencia. Se insiste sobre la sabiduría y la providencia insondable de Dios. El universalismo religioso se exprime de una forma clara por primera vez.
En ese libro están engastadas cuatro piezas líricas: "Los cantos del siervo de YHWH", que describen a un discípulo perfecto que predica la fe verdadera, sufre para expiar los pecados del pueblo y es glorificado por Dios.
Dios llama a un mensajero para que venga del exilio y realice el ministerio de la consolación. "Consolad, consolad a mi pueblo". Dios ha perdonado a su pueblo después de haberle dejado sufrir un poco. Se abre así un nuevo camino marcado por la duración de la larga etapa de signos. Dios ha perdonado a su pueblo: "Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 40,1). Dios ha perdonado a su pueblo después de haberle dejado sufrir un tiempo. Un camino se va abrir hacia un porvenir nuevo, marcado por la liberación de la capital.
El segundo Isaías abre la puerta a una visión redentora del sufrimiento que será ampliamente utilizada en el Nuevo Testamento para explicar el fracaso y el sufrimiento de Jesús como algo ya anunciado y previsto en los profetas.
4.- La literatura bíblica en la época de los Reyes
Al final del Reinado de Salomón hicimos un breve resumen de la literatura que podría haberse producido ya hasta entonces en la primera etapa de los Jueces y la Monarquía unida. Vamos ahora a ver la literatura que se ha ido produciendo durante la etapa monárquica de los dos Reinos, el de Israel y el de Judá.
Algo hemos ido diciendo al hilo de la historia sobre todo a propósito de la literatura profética y de la literatura deuteronomista, pero veamos ahora una panorámica general de toda esta época desde el Cisma hasta el destierro.
En la familia: probablemente siguen transmitiéndose oralmente tradiciones, oraciones, proverbios...
En el templo: en el templo es donde sitúa Von Rad la posible redacción del código “yehovista” (resultado de la unión de los documentos yahvista y elohísta). Aquí se genera sin duda el Deuteronomio. Con toda seguridad existen ya en esta época los tres grandes códigos legales: Ex 20, 22 – 23, 19 (código de la alianza); Dt 12 – 26 (código deuteronomista); y Lv 19, 26 (la llamada “ley de santidad” o “H”). Se redactan también nuevos salmos; quizá se remonten a esta etapa los números 2, 20, 21, 24, 45, 46, 47, 48, 68, 72, 77...
En la corte: se ponen por escrito las crónicas de los reinados y colecciones nuevas de proverbios, que se añaden a las anteriores como nuevos estratos de una misma tradición continuada.
En el ámbito de los carismáticos: surgen las “florecillas de los profetas”, los ciclos unitarios de Elías y Eliseo, y el núcleo de algunos de los libros proféticos que hoy conocemos: los de Amós, Oseas, Miqueas, Isaías (1-40), Sofonías, Jeremías, Nahum y Habaquq. Estos libros que recogían oráculos proféticos estaban en un principio abiertos, de modo que en sucesivas ediciones pudiera recoger algunos oráculos auténticos u otros escritos por discípulos en el estilo original del profeta original. Pero a la literatura profética ya nos hemos ido refiriendo anteriormente durante el desarrollo histórico de esta época.
Los hebreos llaman “tanakh” (T + N + K) al conjunto de la Palabra revelada: Torah (Pentateuco), Nebi’im (profetas anteriores –nuestros “libros históricos”- y posteriores) y Ketubim (“escritos” de carácter poético y sapiencial). Si nos preguntamos qué es lo que tenemos de la “tanakh, al final de este período, podemos decir lo siguiente:
de la Torah, Ya existe un núcleo formado por JE, el núcleo de Dt y H, más algunas tradiciones de los sacerdotes (como el texto de la “ley de los celos”)
de los Nebi’im, relatos de la conquista, crónicas de los reinos de Israel y Judá, tradiciones carismáticas, palabras de Amós, Oseas, Miqueas, Isaías, Jeremías...
de los Ketubim, salmos, proverbios, cantos de amor (quizá como los que hoy conservamos en el Cantar de los Cantares)
Las crónicas judías, mencionadas en la Biblia como Anales de los Reyes de Judá y Anales de los Reyes de Israel, lamentablemente no se nos han conservado.
Es interesante comparar los relatos paralelos que ofrecen los libros de Reyes y Crónicas con la narración de los mismos acontecimientos hecha posteriormente por el historiador Flavio Josefo en sus Antigüedades judías, inspirada muy literalmente en los libros bíblicos. En esta época ya podemos establecer paralelismos con otras fuentes históricas extrabíblicas sobre todo con la abundantísima documentación encontrada por los arqueólogos en las excavaciones de las principales ciudades asirias.
En estas crónicas asirias se menciona con frecuencia al reino de Israel como el “reino de Omrí”, en un época en la que Omrí y su familia eran ya sólo un recuerdo histórico remoto. Los textos bíblicos acusan a la reina Jezabel, de origen fenicio, de haber promovido en Samaría esta religiosidad idolátrica. De todas formas, como ya hemos dicho repetidamente, no debemos pensar que el culto a YHWH, en esta etapa monárquica, fuera algo tan universalizado y excluyente entre los israelitas como lo será después en el judaísmo post-exílico. El monoteísmo como religión oficial y exclusiva del pueblo de Israel es un hecho que sólo es adscribible a la última época del reino de Judá, siglo VII, y sobre todo después del exilio.
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Halel.Roberto Fonseca Murillo presenta una visión del contexto histórico de las sagradas escrituras y el Israel Bíblico. .

Bienvenido al Contexto del Judío y El Judaísmo Halel QUMRÁN :"La Historia es una sola que se entré teje con la economía , cultura, creencias y política y Di- la tiene el hueco de su Mano como la describe El Profeta Daniel ..y tú eres uno de sus dedos ..!
El judío es probablemente una creación del exilio, y aparece en la historia en tiempo de la restauración. Para Josefo :"Este es el nombre con el cual fueron llamados desde el día que subieron de Babilonia"(Antig.II:5) Ocupo su antigua tierra prometida, pero "el Judaísmo creció como una cosa nueva en viejo suelo ". El nombre de Judío es una modificación del antiguo nombre tribal "Judá", transliterado a través del griego al español. Se aplica a aquellos que regresaron de Babilonia en la restauración.
JHV: Haga Resplandecer su Rostro sobre ti, Tenga de ti Miserícordia; Alcé Sobre ti su Rostro, Y ponga en ti Paz. Num.6.24-26

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