Juan Manuel Martín-Moreno
A. La comunidad judía después del exilio
1.- Creación del Imperio persa
Durante el siglo VII los pueblos iranios entran en la historia. Son medos y persas, primos hermanos. Ya vimos como los medas formaron parte de la coalición antiasiria y contribuyeron a la caída de Nínive (612 a.C.). Nos gustaría poder precisar más la relación de los medos con el reformador religioso Zoroastro, pero no sabemos exactamente cuando vivió. Se suele dar la fecha propuesta por la tradición parsi de los siglos VII a VI a.C. En el momento en que se construye el imperio, la antigua religión irania de los Magos ya había experimentado el influjo del profeta.
El imperio surgirá por obra de Ciro. Al revelarse contra el rey meda Astiages, consiguió la unidad de medos y persas (549). El imperio iranio se constituyó en unas pocas décadas. Después de apoderarse de Ecbatana la capital de los medas, le llegó el turno a Sardes, la capital de Creso. Frente al conquistador persa sólo quedaba el imperio babilonio de Nabonido. Después de varios años de espera, Ciro marchó contra Babilonia, y consiguió entrar en ella sin necesidad de combatir en octubre de 539.
Fue entonces cuando Ciro proclamó el estado de paz y desarrolló una política tolerante. Esta benevolencia de los persas, pueblo arios, contrasta con la crueldad de los semitas -asirios y babilonios- que habían fundado sus imperios precedentes sobre el exterminio, la tortura y las deportaciones.
No pretendieron establecer la unidad del imperio imponiendo a la fuerza su religión, la del Dios del cielo a quien adoraban. Ciro se presenta en Babilonia como el elegido de Marduk, en Ur como el enviado de Sin, y ante los judíos como el ejecutor de las órdenes de YHWH. Las estatuas de los dioses pueden volver a sus antiguos santuarios a donde las había llevado Nabonido En su célebre edicto (Esd 6,3-5) Ciro restituye a Jerusalén no la estatua inexistente del dios judío, sino los vasos sagrados y el ajuar cultual que habían sido robados por Nabucodonosor.
Con el rey Darío el imperio persa alcanza su apogeo. Magníficos palacios se elevan en Susa y Persépolis. El imperio se reparte en una veintena de satrapías y el Oriente disfruta de un sistema organizativo de la administración, que asirios y babilonios habían sido incapaces de darle. Judá forma parte de la 5ª satrapía con toda la costa mediterránea y Chipre.
2.- El regreso a Sión
Tras el edicto de Ciro los judíos son libres para regresar a su país y reconstruir el templo de Jerusalén. Así se realizaba lo que el Segundo Isaías había anunciado a los exiliados. ¡Eran libres de nuevo!
Pero pronto se van a ver decepcionados y desilusionados. La nueva situación en poco se parecía al cuadro brillante que habían imaginado los profetas del destierro cuando soñaron con el regreso a Judá.
De los exiliados sólo quedaría muy pocas personas y muy ancianas. Los jóvenes habían nacido y crecido en Babilonia y viajaban a un país desconocido. Por otra parte la tierra que encontraban no estaba desocupada. Las casas que no habían sido destruidas estaban ocupadas por otros habitantes, que lógicamente miraban con malos ojos el regreso de los exiliados.
Además los repatriados no volvían a un país libre del todo que les perteneciera con soberanía. Judá no era sino una provincia del imperio, dotada de una administración persa y regida por extranjeros.
La liberación que Dios había prometido se había realizado, pero muy pronto los salvados se encontraron en un desierto. Los desafíos eran muy prosaicos y la instalación resultó muy laboriosa, en condiciones desfavorables, entre fricciones y rivalidades. El pueblo estaba dominado por los gobernantes extranjeros que eran quienes gozaban del poder de decisión, y esta situación tenía una consecuencia casi inevitable: provocaba profundas divisiones en medio del pueblo. Se da una primera tensión entre “liberales” y “conservadores”. Encontraremos un grupo "liberal" que se adapta a la nueva situación desde el punto de vista de la lengua, las costumbres y la forma de vida. Este grupo está dispuesto a toda clase de componendas. Pero hay otro grupo herméticamente cerrado a todas las innovaciones y a todas las influencias extranjeras. Su única preocupación es salvar la herencia del pasado.
La segunda tensión tiene que ver con la manera de entender el culto. El templo es la institución que va a servir como lugar de reunión. La gran reforma de Esdras, cien años después del primer regreso, dio a la comunidad cúltica judía una forma que va a ser decisiva en los próximos siglos. El servicio divino del culto se convierte en un asunto propio del clero. Los sacrificios se multiplican y el clero aumenta. Habrá grupos de personas con una profunda desconfianza hacia ese culto formalista que se transforma en un comercio sagrado, y van a tomar distancia respecto a la religiosidad del templo.
Hay una tercera tensión en el pueblo en lo referente a la actitud a adoptar respecto a los pueblos extranjeros. Unos esperan que la ansiada salud aportará a Israel la grandeza y la felicidad y a los paganos el juicio y la aniquilación. Para otros en cambio el objetivo salvífico último de Dios incluye también a los paganos. Dios ha caminado con Israel todos esos siglos para que todos los pueblos puedan un día conocerle.
3.- Reconstitución de la comunidad en torno a la Ley
El Templo fue reconstruido, pero las esperanza de los profetas post-exílicos no se realizaron. No se reconstituyó un estado que tuviera al frente a un rey y un sumo sacerdote. Por tanto había que llenar este vacío de alguna forma.
A partir del año 515 a.C. en que se termina la construcción del templo apenas sabemos nada de los acontecimientos en la pequeña provincia de Judá. Este silencio de las fuentes se ve sólo interrumpido por el ministerio de Esdras y Nehemías sobre el cual tenemos una importante fuente de formación en los libros que llevan sus nombres. Son ellos realmente los que perfilarán las líneas maestras del judaísmo postexílico.
Esdras, presentado en la Biblia como sacerdote y escriba, había permanecido en Babilonia después del edicto de Ciro. La narración de la actividad de Esdras en Jerusalén la encontramos en Esd 9-10 y Ne 8-10. Probablemente llegó a Jerusalén como asesor del gobernador persa en materia de judaísmo. Una de sus primeras medidas fue la prohibición y disolución de los matrimonios mixtos que suponían un riesgo de asimilación de los judíos en su entorno. Otras medidas importantes fueron la reorganización del culto y el nombramiento de jueces y funcionarios.
Pero el acontecimiento más importante de su actividad fue la proclamación de la Ley solemnemente en Jerusalén. Los biblistas no están de acuerdo en cuál fue el texto leído solemnemente por Esdras ante el pueblo. Unos hablan del Deuteronomio, otros del documento sacerdotal, otros del Pentateuco completo. Nosotros preferimos ver en el libro leído por Esdras la versión final de la Torah, que a partir de este momento adquiere ya un status canónico. Desde ahora será el libro de referencia para Israel, la “constitución” del pueblo judío.
Nehemías, por su parte, llevó a cabo una serie de acciones de tipo económico y político, orientadas a dar viabilidad social al judaísmo, como la reconstrucción de las murallas de Jerusalén o la regulación civil del shabbat. Para la reconstrucción de las murallas tuvo que superar la oposición frontal de los pueblos vecinos, sobre todo de Sanballat I, gobernador de Samaría y otros gobernadores vecinos.
En esta época empezamos a oír por primera vez acerca de una colonia judía establecida en Elefantina, una pequeña isla en el Nilo que contaba con una guarnición militar judía. Tenía un templo dedicado a YHWH, pero al parecer también se daba culto a El Betel y a Anath, lo cual indica que los judíos allí presentes podían provenir del Reino del Norte, y no habían aceptado la centralización del culto a YHWH en Jerusalén hecha por Josías.
La época de la historia que comienza va a estar determinada esencialmente por la Ley. Aunque por supuesto todas las leyes insertadas en Éxodo 25 o Números 10 no pertenecen a la época mosaica, hay una tendencia a atribuir a Moisés toda la legislación que se va elaborando posteriormente, del mismo modo como hay una tendencia a atribuir a Salomón todos los proverbios o a David todos los salmos. Cada género literario se relaciona con un gran personaje histórico que el iniciador del género.
Una comunidad humana en sus comienzos necesita sólo un pequeño número de leyes fundamentales. Pero cuanto más se desarrolla y diversifica esta comunidad, mayor necesidad hay de instituciones nuevas. Es exactamente lo que pasó en Israel. Cada vez que una nueva colección de leyes era articulada, era mucho más voluminosa que la precedente. La más vasta de todas es con mucho la ley sacerdotal, y esto mismo es lo que nos lleva a pensar que es la más tardía.
La ordenación religiosa en un momento en que Israel no existe como estado, se hacen tan importante que ejerce su influjo sobre toda la sociedad. El Judaísmo post-exílico es una comunidad religiosa estructurada en torno a la Ley.
B. La literatura bíblica en la época persa
1.- Los profetas de la reconstrucción
Los tres profetas de la reconstrucción, Ageo, Zacarías y Malaquías van a iluminar el panorama del regreso. Según parece la reedificación del Templo ordenada por Ciro avanzaba muy despacio e hizo falta un nuevo edicto real para emprender de nuevo los trabajos. Las obras del templo no se terminaron hasta el 515.
Ageo en su profecía lanza una llamada al trabajo. Muestra a las gentes de Jerusalén el contraste entre las expectativas y los modestos resultados, que han costado con todo inmensos trabajos. "Esperabais la abundancia y vino la escasez, pero si os dedicáis con ahínco a la construcción, veréis cómo Dios os bendecirá”.
Para Zacarías como para Ageo la salvación está ligada a la construcción del templo. El profeta resalta la figura de los hombres que dirigían entonces la comunidad, el príncipe Zorobabel, y el gran sacerdote Josué. Son los dos ungidos, los dos olivos, en los que Zacarías pone su esperanza.
En Zacarías encontramos por primera vez la espera de un Mesías político, de la casa de David, que devolverá a Israel su antiguo esplendor. Este anuncio del profeta no pudo ser realizado en su tiempo.
Malaquías es el último profeta cuya obra nos ha sido conservada. El libro ha sido publicado hacia el 470, cincuenta años después de Ageo y Zacarías. En la misma línea que ellos, su mensaje se refiere al culto y a los asuntos cultuales, atacando a los que desprecian a Dios trayéndole ofrendas de una categoría inferior. En su libro se puede constatar ya la lucha que comienza entre la fe y la increencia, y la división dentro del pueblo de Dios que dará lugar pronto a sectas diferentes dentro del Judaísmo.
2.- La obra del Cronista
Los libros de las Crónicas, de Esdras y de Nehemías, que muestran una clara unidad de estilo y de pensamiento, se conocen en su conjunto como “la obra histórica del cronista” y fueron compuestos hacia el final de esta época. Si los comparamos con la “historia deuteronomista” (libros de los Jueces y de los Reyes), podemos observar cómo los libros de las Crónicas omiten toda referencia al reino del norte, y también cómo se han suavizado muchos acontecimientos “embarazosos” de la vida de David y de Salomón. Todo el interés del relato se centra ahora en el rey David, presentado como el organizador de la religión de Israel y como el modelo ideal de lo que debe ser el sumo sacerdote, o incluso el judío en general.
La obra del cronista es una historia genealógica, organizada, inspirada en la mentalidad sacerdotal, según la cual el ámbito de lo divino –cuya expresión suprema es el templo de Jerusalén- es el lugar del orden, y fuera de él reina el caos. La convicción de fondo es que Dios es señor de todo, de la naturaleza y del hombre, y que él rige la historia con una equidad infalible. Se advierte en estos libros un concepto muy “material” de la virtud y del pecado (seguir el orden divino o conculcar ese orden), y una idea casi mecánica de la retribución: no hay buena acción que no reciba su premio, ni falta que quede impune.
Como reacción a esta teología de la estricta retribución se escribieron también en este período (siglo IV a.C.) tres libros muy interesantes: Rut, Jonás y Job. El delicioso libro de Rut presenta a esta mujer, una extranjera, como digna de ser admitida en el pueblo elegido, dando a entender que el ser judío no depende de la tierra en que se ha nacido, sino de la orientación del corazón a Dios; toda la narración es un canto a la solidaridad y al amor que se arriesga. El libro de Jonás, que hace gala de un saludable sentido del humor, subraya la universalidad de la misericordia de Dios (compadecido de los habitantes de Nínive, muy en contra de la visión teológica exclusivista de Esdras y Nehemías. El libro de Job, por último, al ahondar en la problemática del justo sufriente, plantea de manera palmaria la insuficiencia de la teología de la retribución automática.
Es interesante comparar el mensaje religioso de estos tres libros con el que transmite la obra histórica del cronista: así, frente al empeño sacerdotal por reconstruir las murallas de Jerusalén y por custodiar las “esencias” del judaísmo, Dios envía a Jonás a profetizar en Nínive; frente a la presentación de David como el modelo del “judío puro”, el libro de Rut nos recuerda que su bisabuela era moabita; frente a la ilusión de un mundo en el que todo está ordenado por la justicia divina, nos encontramos cara a cara con el escándalo de Job, el justo doliente.
Pero sin duda el acontecimiento más importante de la época que tratamos, de cara a la configuración de la Biblia, es la redacción definitiva de la Torah, realizada por los sacerdotes judíos de Babilonia. Ya dijimos que probablemente es esta edición final de la Torah la que fue leída solemnemente por el sacerdote Esdras en Jerusalén. La evolución textual de estos cinco libros es muy compleja; no obstante, conviene dar algunas indicaciones sobre la hipótesis documentaria, que, aunque discutida, es la teoría más sólida que tenemos sobre cómo se elaboró, a lo largo de los siglos, lo que llamamos el Pentateuco.
La base más primitiva del Pentateuco es el llamado documento Yahvista, que Von Rad databa en la época de Salomón, aunque fue recibiendo sucesivas relecturas a lo largo del período monárquico. Otros prefieren hoy dar una fecha más tardía al Yahvista. Durante mucho tiempo se defendió la existencia de un documento llamado Elohista, que hoy casi ningún crítico admite; lo que sí hubo probablemente fue una relectura del Yahvista en el reino del norte, con las peculiaridades propias de esta zona (tradiciones de los santuarios locales, influencia de los profetas). Es posible que, después de la caída de Samaría (722), se unificaran las relecturas de J hechas en el norte y en el sur en un único documento Jehovista (JE) que sería conocido por los redactores del Deuteronomio.
Después de la caída de Jerusalén, los sacerdotes desterrados en Babilonia hicieron una nueva lectura de JE y D, añadiendo elementos de su propia tradición (como la ley de santidad), hasta configurar una obra unitaria, que es la que Esdras presentará al pueblo a finales del siglo V a.C. como la Torah. Entre tanto, en Jerusalén, la escuela deuteronomista había hecho también una relectura de JE y D y de los relatos existentes sobre las etapas de los jueces y los reyes. La primera parte de esta “historia deuteronomista” fue desechada, pero la segunda (Josué, Jueces, 1y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes) se incorporó a la Biblia (no a la Torah sino a los Nebi’im), formando los llamados “profetas anteriores”.
Otra importantísima contribución a la literatura bíblica en esta época es la relectura y reedición de obras anteriores. Muchos añadidos a los libros proféticos así como a los Salmos y Proverbios pueden fecharse en esta época. J. Vermaylen ha distinguido dos líneas teológicas principales que presiden esta reelaboración.
Una es la “teología del pequeño resto” que elabora el núcleo primero del libro de Job, Rut, Jonás, Lamentaciones, Cantar de los Cantares y algunos añadidos al libro de Isaías y de otros profetas.
La teología del pequeño resto constata la situación precaria y miserable de la comunidad y el silencio de Dios. Lo atribuye al pecado del pueblo e invita a la conversión. El sufrimiento es una disciplina para la conversión, y la prueba tiene una duración limitada. Los sufrimientos pueden tener un sentido positivo, si se aceptan sin rebeldía. Los oráculos del Siervo de YHWH encuentran su lugar en esta teología. No se centra en el Templo ni en la liturgia. El culto no basta para asegurar la salvación. Tampoco se valoran las mediaciones políticas u organizativas de cara a la salvación, que se espera únicamente de Dios. La propia comunidad es la ungida y el lugar donde se ejerce la Realeza de YHWH.
Tiene una visión menos etnocéntrica y más abierta hacia los otros pueblos, que también son llamados a entrar en el plan salvador de Dios. La línea divisoria entre buenos e impíos, no es la que separa a Israel y al resto de los pueblos. También en Israel hay pecado, y también en los otros pueblos hay capacidad de conversión.
Otra línea teológica diversa es la de “los Pobres de YHWH”, de carácter más radical. En este ámbito se edita la obra del Cronista y se hace la edición definitiva del Pentateuco, y abundantes adiciones a otros libros proféticos. Muchos de los Salmos de confianza, y los salmos del inocente perseguido se redactan conforme a este espíritu. Esta facción se considera a sí misma pura e irreprochable. Reedita el libro de Jeremías, identificándose con el drama de este profeta inocente. Reedita el libro de Job subrayando su inocencia. Llama a la radicalidad en la oposición a los impíos, en la fidelidad a la identidad de Israel frente a los otros pueblos, en el rechazo de los matrimonios mixtos, en la afirmación valor salvífico de la liturgia y del Templo. La comunidad piadosa sufre el martirio a manos de los impíos. El cese del sufrimiento no depende de la conversión del pueblo, ya que éste es inocente, sino de la victoria de YHWH sobre los perseguidores en una intervención fulgurante. El templo es el centro del culto y el lugar de la salvación. La salvación está en el linaje davídico, el la figura de un Mesías regio junto al sacerdocio aaronítico.
Esta actitud favorece el inmovilismo de la comunidad y la pasividad en su oposición a los impíos, ya que toda la esperanza está puesta en la acción divina salvadora. Corre el peligro de caer en el fatalismo al estar totalmente dependiente de las intervenciones divinas, pero su espera se hace cada vez más impaciente.
Al final de la etapa persa tenemos, pues, una parte importante de la Sagrada Escritura ya constituida como tal. La dispersión del pueblo judío (“diáspora”), que irá en aumento hasta el final de la Antigüedad, provoca que cada vez sea más difícil hacer relecturas consensuadas de los textos, por lo que estos tienden a partir de ahora a fijarse y a no incorporar ya nuevas modificaciones.
A. La comunidad judía después del exilio
1.- Creación del Imperio persa
Durante el siglo VII los pueblos iranios entran en la historia. Son medos y persas, primos hermanos. Ya vimos como los medas formaron parte de la coalición antiasiria y contribuyeron a la caída de Nínive (612 a.C.). Nos gustaría poder precisar más la relación de los medos con el reformador religioso Zoroastro, pero no sabemos exactamente cuando vivió. Se suele dar la fecha propuesta por la tradición parsi de los siglos VII a VI a.C. En el momento en que se construye el imperio, la antigua religión irania de los Magos ya había experimentado el influjo del profeta.
El imperio surgirá por obra de Ciro. Al revelarse contra el rey meda Astiages, consiguió la unidad de medos y persas (549). El imperio iranio se constituyó en unas pocas décadas. Después de apoderarse de Ecbatana la capital de los medas, le llegó el turno a Sardes, la capital de Creso. Frente al conquistador persa sólo quedaba el imperio babilonio de Nabonido. Después de varios años de espera, Ciro marchó contra Babilonia, y consiguió entrar en ella sin necesidad de combatir en octubre de 539.
Fue entonces cuando Ciro proclamó el estado de paz y desarrolló una política tolerante. Esta benevolencia de los persas, pueblo arios, contrasta con la crueldad de los semitas -asirios y babilonios- que habían fundado sus imperios precedentes sobre el exterminio, la tortura y las deportaciones.
No pretendieron establecer la unidad del imperio imponiendo a la fuerza su religión, la del Dios del cielo a quien adoraban. Ciro se presenta en Babilonia como el elegido de Marduk, en Ur como el enviado de Sin, y ante los judíos como el ejecutor de las órdenes de YHWH. Las estatuas de los dioses pueden volver a sus antiguos santuarios a donde las había llevado Nabonido En su célebre edicto (Esd 6,3-5) Ciro restituye a Jerusalén no la estatua inexistente del dios judío, sino los vasos sagrados y el ajuar cultual que habían sido robados por Nabucodonosor.
Con el rey Darío el imperio persa alcanza su apogeo. Magníficos palacios se elevan en Susa y Persépolis. El imperio se reparte en una veintena de satrapías y el Oriente disfruta de un sistema organizativo de la administración, que asirios y babilonios habían sido incapaces de darle. Judá forma parte de la 5ª satrapía con toda la costa mediterránea y Chipre.
2.- El regreso a Sión
Tras el edicto de Ciro los judíos son libres para regresar a su país y reconstruir el templo de Jerusalén. Así se realizaba lo que el Segundo Isaías había anunciado a los exiliados. ¡Eran libres de nuevo!
Pero pronto se van a ver decepcionados y desilusionados. La nueva situación en poco se parecía al cuadro brillante que habían imaginado los profetas del destierro cuando soñaron con el regreso a Judá.
De los exiliados sólo quedaría muy pocas personas y muy ancianas. Los jóvenes habían nacido y crecido en Babilonia y viajaban a un país desconocido. Por otra parte la tierra que encontraban no estaba desocupada. Las casas que no habían sido destruidas estaban ocupadas por otros habitantes, que lógicamente miraban con malos ojos el regreso de los exiliados.
Además los repatriados no volvían a un país libre del todo que les perteneciera con soberanía. Judá no era sino una provincia del imperio, dotada de una administración persa y regida por extranjeros.
La liberación que Dios había prometido se había realizado, pero muy pronto los salvados se encontraron en un desierto. Los desafíos eran muy prosaicos y la instalación resultó muy laboriosa, en condiciones desfavorables, entre fricciones y rivalidades. El pueblo estaba dominado por los gobernantes extranjeros que eran quienes gozaban del poder de decisión, y esta situación tenía una consecuencia casi inevitable: provocaba profundas divisiones en medio del pueblo. Se da una primera tensión entre “liberales” y “conservadores”. Encontraremos un grupo "liberal" que se adapta a la nueva situación desde el punto de vista de la lengua, las costumbres y la forma de vida. Este grupo está dispuesto a toda clase de componendas. Pero hay otro grupo herméticamente cerrado a todas las innovaciones y a todas las influencias extranjeras. Su única preocupación es salvar la herencia del pasado.
La segunda tensión tiene que ver con la manera de entender el culto. El templo es la institución que va a servir como lugar de reunión. La gran reforma de Esdras, cien años después del primer regreso, dio a la comunidad cúltica judía una forma que va a ser decisiva en los próximos siglos. El servicio divino del culto se convierte en un asunto propio del clero. Los sacrificios se multiplican y el clero aumenta. Habrá grupos de personas con una profunda desconfianza hacia ese culto formalista que se transforma en un comercio sagrado, y van a tomar distancia respecto a la religiosidad del templo.
Hay una tercera tensión en el pueblo en lo referente a la actitud a adoptar respecto a los pueblos extranjeros. Unos esperan que la ansiada salud aportará a Israel la grandeza y la felicidad y a los paganos el juicio y la aniquilación. Para otros en cambio el objetivo salvífico último de Dios incluye también a los paganos. Dios ha caminado con Israel todos esos siglos para que todos los pueblos puedan un día conocerle.
3.- Reconstitución de la comunidad en torno a la Ley
El Templo fue reconstruido, pero las esperanza de los profetas post-exílicos no se realizaron. No se reconstituyó un estado que tuviera al frente a un rey y un sumo sacerdote. Por tanto había que llenar este vacío de alguna forma.
A partir del año 515 a.C. en que se termina la construcción del templo apenas sabemos nada de los acontecimientos en la pequeña provincia de Judá. Este silencio de las fuentes se ve sólo interrumpido por el ministerio de Esdras y Nehemías sobre el cual tenemos una importante fuente de formación en los libros que llevan sus nombres. Son ellos realmente los que perfilarán las líneas maestras del judaísmo postexílico.
Esdras, presentado en la Biblia como sacerdote y escriba, había permanecido en Babilonia después del edicto de Ciro. La narración de la actividad de Esdras en Jerusalén la encontramos en Esd 9-10 y Ne 8-10. Probablemente llegó a Jerusalén como asesor del gobernador persa en materia de judaísmo. Una de sus primeras medidas fue la prohibición y disolución de los matrimonios mixtos que suponían un riesgo de asimilación de los judíos en su entorno. Otras medidas importantes fueron la reorganización del culto y el nombramiento de jueces y funcionarios.
Pero el acontecimiento más importante de su actividad fue la proclamación de la Ley solemnemente en Jerusalén. Los biblistas no están de acuerdo en cuál fue el texto leído solemnemente por Esdras ante el pueblo. Unos hablan del Deuteronomio, otros del documento sacerdotal, otros del Pentateuco completo. Nosotros preferimos ver en el libro leído por Esdras la versión final de la Torah, que a partir de este momento adquiere ya un status canónico. Desde ahora será el libro de referencia para Israel, la “constitución” del pueblo judío.
Nehemías, por su parte, llevó a cabo una serie de acciones de tipo económico y político, orientadas a dar viabilidad social al judaísmo, como la reconstrucción de las murallas de Jerusalén o la regulación civil del shabbat. Para la reconstrucción de las murallas tuvo que superar la oposición frontal de los pueblos vecinos, sobre todo de Sanballat I, gobernador de Samaría y otros gobernadores vecinos.
En esta época empezamos a oír por primera vez acerca de una colonia judía establecida en Elefantina, una pequeña isla en el Nilo que contaba con una guarnición militar judía. Tenía un templo dedicado a YHWH, pero al parecer también se daba culto a El Betel y a Anath, lo cual indica que los judíos allí presentes podían provenir del Reino del Norte, y no habían aceptado la centralización del culto a YHWH en Jerusalén hecha por Josías.
La época de la historia que comienza va a estar determinada esencialmente por la Ley. Aunque por supuesto todas las leyes insertadas en Éxodo 25 o Números 10 no pertenecen a la época mosaica, hay una tendencia a atribuir a Moisés toda la legislación que se va elaborando posteriormente, del mismo modo como hay una tendencia a atribuir a Salomón todos los proverbios o a David todos los salmos. Cada género literario se relaciona con un gran personaje histórico que el iniciador del género.
Una comunidad humana en sus comienzos necesita sólo un pequeño número de leyes fundamentales. Pero cuanto más se desarrolla y diversifica esta comunidad, mayor necesidad hay de instituciones nuevas. Es exactamente lo que pasó en Israel. Cada vez que una nueva colección de leyes era articulada, era mucho más voluminosa que la precedente. La más vasta de todas es con mucho la ley sacerdotal, y esto mismo es lo que nos lleva a pensar que es la más tardía.
La ordenación religiosa en un momento en que Israel no existe como estado, se hacen tan importante que ejerce su influjo sobre toda la sociedad. El Judaísmo post-exílico es una comunidad religiosa estructurada en torno a la Ley.
B. La literatura bíblica en la época persa
1.- Los profetas de la reconstrucción
Los tres profetas de la reconstrucción, Ageo, Zacarías y Malaquías van a iluminar el panorama del regreso. Según parece la reedificación del Templo ordenada por Ciro avanzaba muy despacio e hizo falta un nuevo edicto real para emprender de nuevo los trabajos. Las obras del templo no se terminaron hasta el 515.
Ageo en su profecía lanza una llamada al trabajo. Muestra a las gentes de Jerusalén el contraste entre las expectativas y los modestos resultados, que han costado con todo inmensos trabajos. "Esperabais la abundancia y vino la escasez, pero si os dedicáis con ahínco a la construcción, veréis cómo Dios os bendecirá”.
Para Zacarías como para Ageo la salvación está ligada a la construcción del templo. El profeta resalta la figura de los hombres que dirigían entonces la comunidad, el príncipe Zorobabel, y el gran sacerdote Josué. Son los dos ungidos, los dos olivos, en los que Zacarías pone su esperanza.
En Zacarías encontramos por primera vez la espera de un Mesías político, de la casa de David, que devolverá a Israel su antiguo esplendor. Este anuncio del profeta no pudo ser realizado en su tiempo.
Malaquías es el último profeta cuya obra nos ha sido conservada. El libro ha sido publicado hacia el 470, cincuenta años después de Ageo y Zacarías. En la misma línea que ellos, su mensaje se refiere al culto y a los asuntos cultuales, atacando a los que desprecian a Dios trayéndole ofrendas de una categoría inferior. En su libro se puede constatar ya la lucha que comienza entre la fe y la increencia, y la división dentro del pueblo de Dios que dará lugar pronto a sectas diferentes dentro del Judaísmo.
2.- La obra del Cronista
Los libros de las Crónicas, de Esdras y de Nehemías, que muestran una clara unidad de estilo y de pensamiento, se conocen en su conjunto como “la obra histórica del cronista” y fueron compuestos hacia el final de esta época. Si los comparamos con la “historia deuteronomista” (libros de los Jueces y de los Reyes), podemos observar cómo los libros de las Crónicas omiten toda referencia al reino del norte, y también cómo se han suavizado muchos acontecimientos “embarazosos” de la vida de David y de Salomón. Todo el interés del relato se centra ahora en el rey David, presentado como el organizador de la religión de Israel y como el modelo ideal de lo que debe ser el sumo sacerdote, o incluso el judío en general.
La obra del cronista es una historia genealógica, organizada, inspirada en la mentalidad sacerdotal, según la cual el ámbito de lo divino –cuya expresión suprema es el templo de Jerusalén- es el lugar del orden, y fuera de él reina el caos. La convicción de fondo es que Dios es señor de todo, de la naturaleza y del hombre, y que él rige la historia con una equidad infalible. Se advierte en estos libros un concepto muy “material” de la virtud y del pecado (seguir el orden divino o conculcar ese orden), y una idea casi mecánica de la retribución: no hay buena acción que no reciba su premio, ni falta que quede impune.
Como reacción a esta teología de la estricta retribución se escribieron también en este período (siglo IV a.C.) tres libros muy interesantes: Rut, Jonás y Job. El delicioso libro de Rut presenta a esta mujer, una extranjera, como digna de ser admitida en el pueblo elegido, dando a entender que el ser judío no depende de la tierra en que se ha nacido, sino de la orientación del corazón a Dios; toda la narración es un canto a la solidaridad y al amor que se arriesga. El libro de Jonás, que hace gala de un saludable sentido del humor, subraya la universalidad de la misericordia de Dios (compadecido de los habitantes de Nínive, muy en contra de la visión teológica exclusivista de Esdras y Nehemías. El libro de Job, por último, al ahondar en la problemática del justo sufriente, plantea de manera palmaria la insuficiencia de la teología de la retribución automática.
Es interesante comparar el mensaje religioso de estos tres libros con el que transmite la obra histórica del cronista: así, frente al empeño sacerdotal por reconstruir las murallas de Jerusalén y por custodiar las “esencias” del judaísmo, Dios envía a Jonás a profetizar en Nínive; frente a la presentación de David como el modelo del “judío puro”, el libro de Rut nos recuerda que su bisabuela era moabita; frente a la ilusión de un mundo en el que todo está ordenado por la justicia divina, nos encontramos cara a cara con el escándalo de Job, el justo doliente.
Pero sin duda el acontecimiento más importante de la época que tratamos, de cara a la configuración de la Biblia, es la redacción definitiva de la Torah, realizada por los sacerdotes judíos de Babilonia. Ya dijimos que probablemente es esta edición final de la Torah la que fue leída solemnemente por el sacerdote Esdras en Jerusalén. La evolución textual de estos cinco libros es muy compleja; no obstante, conviene dar algunas indicaciones sobre la hipótesis documentaria, que, aunque discutida, es la teoría más sólida que tenemos sobre cómo se elaboró, a lo largo de los siglos, lo que llamamos el Pentateuco.
La base más primitiva del Pentateuco es el llamado documento Yahvista, que Von Rad databa en la época de Salomón, aunque fue recibiendo sucesivas relecturas a lo largo del período monárquico. Otros prefieren hoy dar una fecha más tardía al Yahvista. Durante mucho tiempo se defendió la existencia de un documento llamado Elohista, que hoy casi ningún crítico admite; lo que sí hubo probablemente fue una relectura del Yahvista en el reino del norte, con las peculiaridades propias de esta zona (tradiciones de los santuarios locales, influencia de los profetas). Es posible que, después de la caída de Samaría (722), se unificaran las relecturas de J hechas en el norte y en el sur en un único documento Jehovista (JE) que sería conocido por los redactores del Deuteronomio.
Después de la caída de Jerusalén, los sacerdotes desterrados en Babilonia hicieron una nueva lectura de JE y D, añadiendo elementos de su propia tradición (como la ley de santidad), hasta configurar una obra unitaria, que es la que Esdras presentará al pueblo a finales del siglo V a.C. como la Torah. Entre tanto, en Jerusalén, la escuela deuteronomista había hecho también una relectura de JE y D y de los relatos existentes sobre las etapas de los jueces y los reyes. La primera parte de esta “historia deuteronomista” fue desechada, pero la segunda (Josué, Jueces, 1y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes) se incorporó a la Biblia (no a la Torah sino a los Nebi’im), formando los llamados “profetas anteriores”.
Otra importantísima contribución a la literatura bíblica en esta época es la relectura y reedición de obras anteriores. Muchos añadidos a los libros proféticos así como a los Salmos y Proverbios pueden fecharse en esta época. J. Vermaylen ha distinguido dos líneas teológicas principales que presiden esta reelaboración.
Una es la “teología del pequeño resto” que elabora el núcleo primero del libro de Job, Rut, Jonás, Lamentaciones, Cantar de los Cantares y algunos añadidos al libro de Isaías y de otros profetas.
La teología del pequeño resto constata la situación precaria y miserable de la comunidad y el silencio de Dios. Lo atribuye al pecado del pueblo e invita a la conversión. El sufrimiento es una disciplina para la conversión, y la prueba tiene una duración limitada. Los sufrimientos pueden tener un sentido positivo, si se aceptan sin rebeldía. Los oráculos del Siervo de YHWH encuentran su lugar en esta teología. No se centra en el Templo ni en la liturgia. El culto no basta para asegurar la salvación. Tampoco se valoran las mediaciones políticas u organizativas de cara a la salvación, que se espera únicamente de Dios. La propia comunidad es la ungida y el lugar donde se ejerce la Realeza de YHWH.
Tiene una visión menos etnocéntrica y más abierta hacia los otros pueblos, que también son llamados a entrar en el plan salvador de Dios. La línea divisoria entre buenos e impíos, no es la que separa a Israel y al resto de los pueblos. También en Israel hay pecado, y también en los otros pueblos hay capacidad de conversión.
Otra línea teológica diversa es la de “los Pobres de YHWH”, de carácter más radical. En este ámbito se edita la obra del Cronista y se hace la edición definitiva del Pentateuco, y abundantes adiciones a otros libros proféticos. Muchos de los Salmos de confianza, y los salmos del inocente perseguido se redactan conforme a este espíritu. Esta facción se considera a sí misma pura e irreprochable. Reedita el libro de Jeremías, identificándose con el drama de este profeta inocente. Reedita el libro de Job subrayando su inocencia. Llama a la radicalidad en la oposición a los impíos, en la fidelidad a la identidad de Israel frente a los otros pueblos, en el rechazo de los matrimonios mixtos, en la afirmación valor salvífico de la liturgia y del Templo. La comunidad piadosa sufre el martirio a manos de los impíos. El cese del sufrimiento no depende de la conversión del pueblo, ya que éste es inocente, sino de la victoria de YHWH sobre los perseguidores en una intervención fulgurante. El templo es el centro del culto y el lugar de la salvación. La salvación está en el linaje davídico, el la figura de un Mesías regio junto al sacerdocio aaronítico.
Esta actitud favorece el inmovilismo de la comunidad y la pasividad en su oposición a los impíos, ya que toda la esperanza está puesta en la acción divina salvadora. Corre el peligro de caer en el fatalismo al estar totalmente dependiente de las intervenciones divinas, pero su espera se hace cada vez más impaciente.
Al final de la etapa persa tenemos, pues, una parte importante de la Sagrada Escritura ya constituida como tal. La dispersión del pueblo judío (“diáspora”), que irá en aumento hasta el final de la Antigüedad, provoca que cada vez sea más difícil hacer relecturas consensuadas de los textos, por lo que estos tienden a partir de ahora a fijarse y a no incorporar ya nuevas modificaciones.
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