La actitud de orgullo y prejuicio en el tiempo de Jesús.
La actitud del judío típico en los días de Jesús para con personas de otras razas era de orgullo y prejuicio intensos. Todos los hombres se dividían en dos grupos, judíos y gentiles. El vocablo “gentiles” en realidad significa sencillamente “naciones” o “pueblos”, e indica aquellos que eran de raza no judía. Pero había llegado a ser término de reproche y desdén. Los judíos creían que ellos no solo eran superiores a los hombres de otras razas, sino que también eran el objeto exclusivo de las bendiciones y del favor de Dios. Se les ocurría que Dios los amaba de por sí, y ante sí, y pasaban completamente por alto el propósito del instrumento que Dios había tendió cuando los había escogido. Pensaban que si la gente de alguna otra raza quería salvarse, primeramente tendrían que hacerse judíos mediante el cumplimiento del rito de la circuncisión y de todos los requisitos ceremoniales y legalistas de los judíos.
Jesús no compartía este punto de vista tan estrecho y egoísta.
La actitud del judío típico en los días de Jesús para con personas de otras razas era de orgullo y prejuicio intensos. Todos los hombres se dividían en dos grupos, judíos y gentiles. El vocablo “gentiles” en realidad significa sencillamente “naciones” o “pueblos”, e indica aquellos que eran de raza no judía. Pero había llegado a ser término de reproche y desdén. Los judíos creían que ellos no solo eran superiores a los hombres de otras razas, sino que también eran el objeto exclusivo de las bendiciones y del favor de Dios. Se les ocurría que Dios los amaba de por sí, y ante sí, y pasaban completamente por alto el propósito del instrumento que Dios había tendió cuando los había escogido. Pensaban que si la gente de alguna otra raza quería salvarse, primeramente tendrían que hacerse judíos mediante el cumplimiento del rito de la circuncisión y de todos los requisitos ceremoniales y legalistas de los judíos.
Jesús no compartía este punto de vista tan estrecho y egoísta.
A menudo durante su ministerio encontró ocasión para denunciarlo. Luego después de los comienzos de su ministerio, él fue a su propio pueblo de Nazaret. Estando en la sinagoga en el día sábado leyó del rollo de Isarias, un pasaje que en nuestras biblias empieza en 61:1. Entonces principio a hablar interpretando el significado de la profecía y declarando que esta recibía su cumplimiento en el mismo. Al principio los oyentes estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca. Sin embargo, antes que él terminara su sermón, cambiaron de actitud y estuvieron tan enfurecidos de sus palabras que llegaron a tratar de matarle, desempeñándole desde un precipicio que había al lado de la aldea. (Véase Lucas 4:16-30).
¿Cómo hemos de explicar este cambio de actitud?
¿Que pasión profunda fue desatada por las palabras de Jesús, la cual procuró desahogarse en contra de el?
Obviamente tenemos solo un buen bosquejo de su sermón. La clave del problema la hemos de encontrar en el pasaje de Isaías que les servia de texto.
¿Cómo hemos de explicar este cambio de actitud?
¿Que pasión profunda fue desatada por las palabras de Jesús, la cual procuró desahogarse en contra de el?
Obviamente tenemos solo un buen bosquejo de su sermón. La clave del problema la hemos de encontrar en el pasaje de Isaías que les servia de texto.
No había divisiones de capítulos en la Biblia hebrea. El unció medio de que disponía el escritor del evangelio para hallar el pasaje leído, por Jesús, era citar una porción breve. Lucas cito Isaías 61:1 2ª. No dijo que Jesús leyó solo estas palabras, sino que hallo el lugar donde estaba escrito. Es posible que haya leído el totol de los capítulos 61 y 62, pues forman un solo tema, dando por sentado que esta sección más grande formo la base de la exposición de Jesús, podemos comprender las razones por el comportamiento del pueblo de Nazaret.
Las divisiones Isaías 61:1-7 es un pasaje muy consolador. Describe un nuevo día de gozo y bendición para Sion. Mientras Jesús hablaba de esto, la gente se maravillaba de las palabras de gracia que salían de su boca. Esto les gustaba mucho. Alimentaba su sentimiento de que eran ellos los amados de Dios, los llamados a calentarse al sol del favor divino.
Se reprochan la Injusticia y la Opresión.
Pero la profecía hace una transición en 61:8. Aquí se establecen las condiciones del favor divino. Se reprochan la injusticia y la opresión. La iniquidad y la falsedad son denunciadas. Probablemente fue al señalar esto, que los oyentes empezaron a sentirse incómodos en sus lugares. Pero al final no había llegado aun. En el versículo 9, el profeta llego al propósito universal de Dios para su pueblo. “y la simiente de ellos será conocida entre las gentes, y sus renuevos en medio de los pueblos”. Este tema recibió un trato más amplio en 62:2. “Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria”. Frente a esta inasistencia en la práctica de la rectitud y a esta comisión al servicio universal, los ciudadanos de Nazaret expresaron su desacuerdo con violencia. Estaban contentos con recibir las bendiciones de Dios pero no estaban dispuestos a que se les exigiera la practica de rectitud, ni que tuvieran algo que ver con las naciones (gentiles) de la tierra. Jesús veía que no estaba aceptando su mensaje y reconoció este hecho. En forma característica estaban dudando de la autoridad de él para estarles hablando de este modo, razonando que, después de todo, el era solamente el hijo del carpintero de la aldea. El rehusó efectuar un milagro que acreditara su autoridad divina. En lugar de hacerlo, les recordó que siempre había resultado así con los profetas de Israel. Los judíos siempre los habían rechazado y muerto, mientras que la gente de la raza no judía, los había recibido y creído. Ampliando este punto, Jesús sacó dos ilustraciones de la historia hebrea. Para comprobar que los profetas habían ido fuera de los confines de Israel, para encontrar su mejor recepción, y para efectuar sus maravillas más grandes. Elías había sido recibido y atendido por la viuda de Sarepta en la tierra de Sidon. Ella era extranjera y no hebrea, pero el profeta había morado con ella, y no con ninguna de las muchas viudas de Israel. Así mismo, como les recordó Jesús, no se conocía que Eliseo hubiera sanado a algún leproso de Israel, aunque había muchos de ellos, sino sólo a Naamán el sirio, un extranjero de una raza menospreciada por los judíos. Aquí Jesús ponía su dedo en la llaga. Estaba pisando terreno peligroso. Estaba removiendo pasiones profundas, pues no había nada más gravoso al corazón judío que el pensamiento de que Dios amaba a Israel con un amor especial y exclusivo, y de que compartía el odio que su pueblo tenia hacia la gente de las razas “inferiores”. ¿Es de extrañarse, pues que leamos: “Entonces todos en la sinagoga fueron llenos de ira, oyendo estas cosas; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual la ciudad de ellos estaba edificada, para despeñarle” (Lucas 4:28,29). El se había atrevido a reprender su prejuicio y nacionalismo judío, y por consiguiente, los había incitado
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Su comentario es importante. Gracias