¿Quién debe perdonar?
Hace unos treinta años, el rabino Abraham Joshua Heschel fue invitado a dar unas conferencias en una convención de ejecutivos de AT&T. Durante las sesiones habló sobre el arrepentimiento, la expiación y el perdón. En cierto momento, uno de los directores de la compañía levantó la mano y preguntó: "Rabino Heschel, usted habló sobre el concepto del perdón. ¿Por qué no pueden los judíos perdonar a los alemanes por el Holocausto?". Heschel respondió contando el siguiente relato: "Un día, el rabino Jaim de Brisk, uno de los grandes rabinos lituanos, viajaba en un tren. Como acostumbraba, se puso a leer textos sagrados. Tres campesinos judíos ascendieron al tren y lo invitaron a jugar cartas con ellos. Él se negó. Ellos se pusieron a jugar, pero continuaron insistiendo que se uniera al juego. Él continuó negándose. Finalmente, los jugadores comenzaron a burlarse de él y lo empujaron hasta el siguiente vagón. Cuando el tren llegó a Brisk, el Rab Jaim descendió y fue recibido por una enorme multitud y fue saludado por muchos que estaban en el andén. Los tres campesinos estaban sorprendidos ante esta escena. Preguntaron: ¿A quién están honrando? Uno de los aldeanos respondió: ¿No sabes que ese es Rabi Jaim de Brisk, uno de los grandes estudiosos de todos los tiempos? Los tres hombres avergonzados intentaron acercarse al Rab Jaim para expiar su comportamiento. Bajaron sus rostros y con el sombrero en la mano, le pidieron disculpas: "Si hubiéramos sabido quien era usted, no lo habríamos tratado así de mal. Por favor perdónenos. Rab Jaim se negó: "Le están pidiendo disculpas a persona equivocada. Se las están pidiendo a Rab Jaim de Brisk. Deberían pedírsela al judío anónimo que estaba sentado estudiando en el tren". Heschel continuó: "Durante la Guerra, fui afortunado. Mi madre y mis hermanas fueron asesinadas por los nazis. Yo me salvé. El perdón deben darlo solo aquellos que sufrieron, los millones que fueron torturaron y a quienes les quitaron la vida. Sólo ellos tienen la capacidad de perdonar. Yo no. Ésta es una historia poderosa. Y sigue teniendo vigencia. Heschel sugirió que sólo los que fueron atacados pueden otorgar el perdón. Y yo estoy de acuerdo con él. Pero a medida que el tiempo pasa, en la medida en que nos alejamos en el tiempo, en la medida en que para muchos nuevos ciudadanos del mundo la Shoá será en el mejor de los casos algún breve capítulo de algún mediocre libro de historia, o algún documental en la televisión, en esa misma medida, yo, como su rabino debo hacerme y debo hacerles a ustedes las preguntas. Debo preguntarles: ¿Puede haber perdón? ¿Quién debe perdonar? ¿Cuándo será el tiempo de perdonar? Y cada uno debe responder. Debo preguntarles: ¿Cómo asegurar que nuestros descendientes conocerán la historia y la sentirán como propia? ¿Cómo encaminar nuestra energía comunitaria para garantizar que no habrá olvido individual y colectivo? Heschel tenía razón, nosotros no podemos ser los que perdonemos. Tampoco podemos olvidar ni permitir que el mundo olvide. Pero después de decir esto, ¿qué sigue? Yo pienso que ya hemos construido suficientes monumentos a la muerte y a la destrucción; pero faltan construir muchos monumentos a la fe en una vida judía más rica y más comprometida. Y cómo recordemos, y cómo respondamos determinará la naturaleza de la vida judía en este siglo y en el próximo. Y en este nuevo aniversario de uno de los momentos más trágicos de nuestra historia, a aquellos que claman que ya es tiempo que el pueblo judío perdone, les respondo como lo hizo Heschel: "Le están pidiendo disculpas a la persona equivocada. Deberían pedírsela al judío anónimo que estaba sentado estudiando en el tren". Amigos: Contemos la historia. La de los asesinos, la de los "neutrales" que no fueron neutrales, la de los silenciosos y la de los indiferentes. Cada día contemos lo sucedido. Contémoslo a nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestros conocidos, a todos los seres humanos. Recuerden: No somos quienes debemos perdonar. Pero sí quienes no debemos olvidar.
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