Una íntima mirada de la intimidad
Por Rab. Manis Friedman
Parece tan sencillo, pero si lo fuera, ¿por qué tenemos que ser continuamente recordados de que es natural, inocente, placentero, es lo que hacemos, es lo que sucede, relajarse y disfrútelo? Hemos sido bombardeados por los medios durante tanto tiempo con ese mensaje de formas tan diferentes, con tanta ingenuidad, que uno se pregunta, ¿por qué no ha sido aceptado el mensaje? ¿Por qué continuamos tan incómodos, inseguros, confundidos de nuestra propia sexualidad?
En el mundo creado por el Todopoderoso existen tres condiciones:
1) La condición secular, días laborables y cotidianos - cosas comunes y corrientes que poseemos.
2) Está la divina - tan celestial que no las poseemos del todo. Las dos anteriores, hasta ahora, son bastante fáciles de comprender.
3) La difícil es la tercera, la sagrada, aunque signifique de lado y no disponible, no lo es totalmente. Lo sagrado es aquello que es más santo que lo común, pero no tanto que no podamos acercarnos. Es algo en el medio que tenemos y que no podemos tener.
¿Confundido? Utilicemos un ejemplo sencillo: El Todopoderoso nos ha bendecido con hijos, de manera que tenemos hijos; sus hijos, los míos. Cuándo decimos "mis hijos" ¿lo hacemos de manera posesiva? ¿Me pertenecen mis hijos? Por supuesto, la respuesta es no. No son realmente míos, no me pertenecen. Cuando digo "mi esposa", ¿es posesivo? "Mi esposo" ¿significa algo que me pertenece? Por supuesto que no y aún así, podemos utilizar un término tan familiar como "mío" cuando nos referimos a ellas. Esa es la santidad en la vida, y si no tenemos cuidado, en nuestra arrogancia, podemos reclamar cosas que nunca nos pertenecerán y las cuales perderán su santidad.
Entonces, ¿dónde entra la sexualidad? Por su misma naturaleza - no por decreto divino ni por creencia o dictado religioso - la sexualidad pertenece al campo de lo sagrado; la experimentamos; pero no la poseemos. Podemos llegar allí, sin pertenecer; podemos ser sexuales, más no somos dueños de nuestra sexualidad. La razón es muy natural y básica. Ser íntimo significa ir a un lugar privado, sagrado, puesto de lado. Sexo es entrar en la parte privada y sagrada de otro ser humano.
No podemos poseer la intimidad de los demás, no está a nuestro alcance. Aunque el otro quiera dárnosla, no la podremos tener; no es compartible. Es algo que el Todopoderoso nos ha dado y que nunca será nuestro. No puedo poseer mis hijos, ni mi pareja, ni mi Creador; ni siquiera, mi propia vida. Ciertamente no puedo tener la parte intrínseca, sagrada y personal de otro. Entonces, si es tan inasequible ¿qué conexión tengo con ella? Es la santidad que podemos sentir, pero no obtener, y esa es la razón por la cual el placer del sexo es más intenso que cualquier otro. Pueden disfrutar de una buena comida, y es muy placentero; aunque no es igual, ya que la comida la posee, es suya. Usted plantó los vegetales, los cultivó, los arrancó y se los comió. Son suyos; sin temores. El placer del sexo se debe a que es una combinación de tener y no tener; de lo ordinario y al mismo tiempo mundano; algo que se le concedió, pero que no puede poseer, y cuando siente esa combinación, el placer de encontrarse en el espacio íntimo de otra persona y al mismo tiempo recuerda que no es suyo - no es su lugar y nunca podrá serlo - es lo que diferencia al sexo.
La palabra clave es familiaridad. No pueden permitirse intimidar con lo sagrado, con lo verdaderamente divino, no existe peligro, está fuera de nuestro alcance, olvídese. Debería familiarizarse con lo secular y lo mundano. ¿Cuándo es despreciable la familiaridad? ¿Cuándo es sumamente destructiva y rechazada? En santidad, la cual se compromete con el exceso de familiaridad con las intimidades de otra persona, bien sea física, emocional o mentalmente.
En nuestro pregonar, podría ser difícil ver lo destructivo de la familiaridad; aunque usted no llama a sus padres por su nombre... porque es muy familiar. Por la misma razón no decimos el nombre de Di-s en vano. Para nuestros antepasados, el sexo era algo tan santo de lo cual no se hablaba. La relación entre marido y mujer se realizaba a puertas cerradas, ésta no se despilfarra, comparte ni se comenta. No guardaban secretos, sino algo sagrado.
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