Los autores de esos escritos expresaron su vivencia de los hechos, más que los hechos en sí mismos, por lo que sus relatos no pueden ni deben pensarse como históricamente exactos, aunque sí son teológicamente verdaderos en cuanto que transmiten una experiencia única de fe. La vida humana, en toda su complejidad, es el lugar teológico de encuentro con Dios. Y Dios se revela en la Biblia porque se encarna en ella. Un relato puede presentar inexactitudes históricas o geográficas, tal como es posible observar en los diferentes evangelios. Sin embargo son del todo verdaderos en cuanto a la vivencia que transmiten. Dios envía y nos transmite una historia viva: Cristo Jesús.
La propuesta cristiana nace de una experiencia concreta: el encuentro personal con Jesús resucitado. Una experiencia que afecta de tal modo a los que la tienen, que se siente la necesidad ineludible de comunicarla y testimoniarla a otros ya que da luz al sentido total de la existencia. Testimonio y anuncio: es la proclamación, el Kerygma, que es la invitación para generaciones futuras a vivir la misma experiencia, a transmitirla y a testimoniarla.
Pero para que el testimonio y la transmisión de esa experiencia sea real, hay que saber descubrir lo que el texto significaba entonces, la exégesis, y lo que significa ahora, o sea, la hermenéutica. El Espíritu Santo que inspiró a los autores de las narraciones, es el mismo que da luz ahora para crecer en capacidad de ahondamiento. Es el mismo que posibilita ahora entender las llamadas que hay en aquellos textos y aplicarlas a las realidades específicas del momento actual, convirtiéndolas en palabra de Dios para nuestros días.
Las Escrituras fueron compuestas como narraciones, de acuerdo a las circunstancias del pasado y en el lenguaje y las imágines adecuadas a aquellos momentos, por lo cual resulta obvia la necesidad de actualizarlas; no en su contenido, sino en su interpretación y expresión. Es preciso saber obtener el significado profundo y, por ello verdadero, de los contenidos esenciales capaces de iluminar la existencia en la situación presente, de acuerdo con la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús.
No tenemos por qué escuchar la Palabra como algo que suene extraño a nuestros oídos, sino que hay que oírla con el corazón, como lo más entrañable, como aquello que resuena en lo más íntimo de nuestro ser, pero que es comprensible para nosotros. La Palabra refleja y nos da lo más auténtico, lo único real de nuestro estar en el mundo. El texto bíblico es como una partitura musical que está muerta hasta que se le arranca el sonido y se le despiertan las notas. Y esta eclosión se da cuando palabra y vida se funden en una profunda interacción.
Si la Palabra fue dictada por Dios mismo, El es el autor de las Escrituras. Y eso lo convertimos y confirmamos en cuestión de fe cuando después de la lectura de los textos correspondientes a cada celebración eucarística, asentimos fervorosamente a lo que acabamos de escuchar diciendo que es Palabra de Dios. En cada lectura Dios nos habla como lo ha ido haciendo desde los albores de los tiempos. Para cada uno de nosotros y para toda la comunidad cristiana, estos textos tienen el carácter de lo dicho por Dios. Así lo creemos con toda certeza y así debemos vivirlo.
Por todo ello, y por el solo hecho de saber que el contenido de la Palabra no debe ser modificada ni podemos añadir otras palabras diferentes a las que ya contiene en sí misma, debemos poner en marcha un progreso imparable en su profundización y en su comprensión. La revelación es permanente, pero no estática; es la manera de transmitir el mensaje invariable lo que está sujeto a una continua evolución.
Para que los textos de los Libros Sagrados continúen siendo para nosotros Palabra de Dios, se impone la tarea de la interpretación actualizada de su contenido. Hay que aprender a descubrir. No es lo mismo simplemente leer o mirar, que ahondar en lo que se ve o se lee. Y hacer hablar un texto para descubrir nuevas profundidades en su mensaje requiere con frecuencia audacia y algo de riesgo. Hay que saber discernir y saber descubrir. Un texto es algo vivo y nunca dice todo en un primer momento. Está lleno de valores culturales, de escenarios mentales y de enfoques de la vida que, de no conectar con sus lectores, no puede llegar a ser palabra de salvación.
Reinterpretar la Palabra es ser fieles a su contenido, pero a la palabra hay que dejarla ser, y para ello necesita ser dicha de manera nueva y siempre actual hasta el final de los días, ya que la revelación encierra una verdad siempre mayor, siempre n un más allá. Ya no es posible, aunque se quiera, seguir viviendo la Palabra como un dictado inmovilizante. La fidelidad en la transmisión del depósito de la fe contenido en la Palabra de Dios exige ideas y expresiones verdaderamente nuevas porque la vida del cristiano es una vida constantemente renovada por la de Cristo.
El Espíritu Santo es quien da a conocer y ayuda a descifrar los misterios y la voluntad de Dios y sopla donde quiere y como quiere, sin que nada ni nadie pueda ser capaz de impedirlo, y bajo su asistencia la plenitud de la verdad llegará en la medida en que el Evangelio y la vida del cristiano subsistan en la más profunda relación y vivencia.
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